¿Colonizar Marte o invertir en la Argentina? Elon Musk juega su juego ante Javier Milei

Los dos encuentros que en menos de un mes de distancia ocurrieron entre Javier Milei y Elon Musk, permite diagramar una serie de reflexiones, no solo sobre las prioridades del mandatario argentino, quien en cinco meses de gobierno viajó en cuatro oportunidades a los Estados Unidos, todas ellas sin agenda oficial, sino también del mundo en el que estamos insertos y la gravitancia de actores como el CEO de Space X, Tesla y flamante dueño de X. 

Al meteórico ascenso de Milei a la Presidencia de la Argentina, lo envuelve uno de los debates más relevantes que en la actualidad presenta la disciplina de la relaciones internacionales y que en plena pandemia de Covid-19 introdujo Ian Bremmer: el momento tecnopolar.

Para Bremmer, las grandes empresas tecnológicas han tomado el control de aspectos de la sociedad, la economía y la seguridad nacional que durante mucho tiempo fueron monopolio casi exclusivo del Estado. Con orígenes y composiciones disimiles, tanto las big tech norteamericanas como chinas comparten el sentido de competencia con los estados-nación tradicionales, disputando los márgenes de influencia geopolítica que ejercen en la actualidad.

Un ejemplo sobre esta mirada: cuando un grupo de rebeldes asaltó el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, algunos de los actores más poderosos de ese país tomaron medidas inmediatas para castigar a los cabecillas de la fallida insurrección. Pero no se trató de quienes uno esperaría. 

Facebook y Twitter suspendieron las cuentas del presidente Trump; Amazon, Apple y Google eliminaron eficazmente Parler, una alternativa a Twitter que los partidarios de Trump habían usado para alentar y coordinar el ataque; Paypal y Stripe, dejaron de procesar pagos a la campaña de quien por entonces aspiraba a la reelección ¿Las instituciones? Un segundo proceso de destitución que en formas y alcance contrastó frente a la rápida y palpable reacción de este grupo de empresas.

Sí bien los alcances de este enfoque lógicamente están en debate, existe un cierto consenso en que las big tech ejercen una forma de soberanía muy potente sobre el espacio digital, aportando recursos con implicancias directas en el escenario geopolítico, afectando el comportamiento en las plataformas digitales y moldeando conductas e interacciones de los ciudadanos-usuarios del mundo. 

Bajo este enfoque, ¿puede la figura de Elon Musk ser considerada como un actor geopolítico? La pregunta, podría, responderse con otra: ¿Quién posibilitó que buena parte de Ucrania tuviera acceso a Internet permitiendo a las fuerzas del país planificar ataques y defenderse durante la invasión rusa? 

Quizás algunos años atrás el peso económico de quien se debate con Bernard Arnault como el hombre más rico del planeta o bien los vaticinios que CEO´s de la talla de Musk o  Gates presentan en conferencias sobre el destino de la humanidad no hubiera bastado para convertir poder económico en influencia geopolítica. Las cosas han cambiado. 

Un mundo en un momento tecnopolar, empresas tecnológicas tomando el control de aspectos sociales, económicos y propios a la seguridad nacional, disputando márgenes de influencia geopolítica frente a los estados y claro, sus CEO´s. En este contexto parece bien importante entender qué piensa la persona que un día dijo querer colonizar Marte y nadie se río. 

El mundo según Musk

“En el pasado voté a los demócratas porque eran (en su mayoría) el partido de la bondad. Pero se han convertido en el partido de la división y el odio, así que ya no puedo apoyarlos y votaré por los republicanos. Ahora, observen cómo se desarrolla su campaña de trucos sucios contra mí”, escribió Musk, en la antesala a las elecciones de medio término de 2022, la compra de Twitter y lo que sería el inicio de un posicionamiento político explícito y profundamente activo. 

Es difícil definir a Musk. Alternó entre el apoyo a la tecnocracia y la democracia directa, con profundas contradicciones, reivindicando posturas anarquistas, socialistas, libertarias y, aunque no se identifique como tal, acercando su mirada al conservadurismo reaccionario.

Su activismo político en estos últimos años presenta como denominador común una campaña contra el wokismo. En su opinión, esta ideología es uno de los obstáculos que, bajo la apariencia de corrección política o aparente racionalidad, dificulta el desarrollo de la civilización humana y podría incluso poner en riesgo su supervivencia.  

Lejos de los USD 44 mil millones, la compra de Twitter responde a la necesidad de contar con una plataforma que, al tiempo que exhibe el desinterés de época de no cuestionar que el dueño de una red social haga propaganda política en dosis diarias, no cuenta con ningún tipo de control de rigurosidad periodística sobre lo que se publica, comparte y premia en nombre del algoritmo. 

Apoyando públicamente al gobernador de Florida, Ron DeSantis, para presidente, restableciendo la cuenta de Donald Trump, suspendida tras el ataque el Capitolio, comparando a Justin Trudeau con Adolf Hitler y, fundamentalmente bajo un nuevo tono que eleva tweets de suscriptores pagos, muchos de ellos influyentes conservadores, Musk está generando un cambio radical: considerar a los medios de comunicacion como enemigos y confiar en los “periodistas ciudadanos” del mundo que, ya sin un jefe de moderación de contenidos, publican directamente en X, en lugar de en las organizaciones de noticias profesionales.

“¿Puedes comprar Twitter y luego borrarlo, por favor?”, le escribió su ex mujer Talulah Riley el 24 de marzo, según los mensajes publicados como parte de una demanda posterior y recogidos por Bloomberg News. La respuesta de Musk: “Quizá comprarla y cambiarla para que apoye adecuadamente la libertad de expresión”. 

El canciller Musk

El respaldo de Musk a muchos jefes de Estado conservadores representa una suerte de validación oficial en este momento tecnopolar. Para un mandatario en funciones o aspirante a serlo, una interacción con el CEO de Space X, Starlink y dueño de X es, en muchos casos, más ponderado que lo propio con algún colega o funcionario de peso. 

El peculiar juego de influencias entre Elon Musk y líderes políticos de derecha tiene en los casos de Narendra Modi en India y Jair Bolsonaro en Brasil una dinámica intrigante que fusiona intereses comerciales y políticos en un tapiz de negociaciones y favores mutuos. Esa la diplomacia que ejecuta el canciller Musk. 

En el caso de India, la relación entre Musk y Modi comenzó en 2015, con la visita del primer ministro a la fábrica de Tesla en California. Buscando soluciones energéticas para regiones rurales, Modi encontró en Musk un aliado potencial. Sin embargo, la entrada de Tesla al mercado indio se vio obstaculizada en un primer momento por los altos aranceles vigentes y las restricciones a vehículos eléctricos extranjeros. 

La adquisición de Twitter por parte de Musk en 2022 proporcionó una nueva palanca de influencia. Musk no solo bloqueó contenido crítico sobre Modi en esta red social, sino que también utilizó su plataforma para pedir por la representación permanente de India en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que parece haber influido en la posterior reducción de aranceles para vehículos eléctricos en India.

En un intento por apoyar la campaña de reelección de Bolsonaro en 2022, Musk anunció la llegada de Starlink al país, ofreciendo conectividad a escuelas rurales y vigilancia ambiental en la Amazonía. A partir de la derrota electoral de Bolsonaro, Musk alimentó la narrativa de fraude electoral en Twitter, lo que culminó en disturbios y violencia en enero de 2023. Además, utilizó su plataforma, para cuestionar los estándares democráticos del país y pedir la destitución del juez del Tribunal Supremo de Brasil, Alexandre de Moraes, quien lo acusara de interferencia electoral. 

En ambos casos, la estrategia del canciller Musk es la misma: despliega su influencia a través de sus empresas y su plataforma digital para respaldar sus intereses comerciales, al tiempo que logra apoyos concretos en la política y las regulaciones de interés de estos países. 

El presidente Milei

“La prosperidad está por llegar a Argentina”, publicó Elon Musk en X, a los pocos minutos de que se confirmara la elección de Javier Milei como presidente de la tercera economía latinoamericana. Desde entonces, el multimillonario ha compartido videos del mandatario celebrando el ataque a la “justicia social” que éste ha iniciado. 

Poco podría disimular Musk su interés en el litio, componente principal en las baterías de autos eléctricos que fabrica Tesla, que tiene a la Argentina con una de las mayores reservas del mundo y que bajo la administración Milei podría dar a esta compañía un flujo más estable y potencialmente más barato de uno de sus recursos más críticos.

La gran batalla que está en disputa en el Congreso y que cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados, plantea importantes incentivos para los inversores extranjeros, particularmente en la minería. Las empresas recibirían importantes recortes fiscales, exenciones aduaneras y beneficios cambiarios, así como seguridad fiscal y regulatoria durante los próximos 30 años. Milei mira los líkes, Musk hasta 2054. 

A su vez, este apoyo ya ha visto otros frutos. En uno de sus primeros actos como presidente, Milei aprobó un decreto con 366 disposiciones. Al resumir los aspectos más destacados en cadena nacional, mencionó sólo una marca corporativa por su nombre: Starlink, empresa que desde 2022 buscaba operar en la Argentina y que con la llegada del mandatario argentino logró fugazmente resolver sus trabas burocráticas.

Milei también viajó a Texas para visitar a Musk en la fábrica de Tesla. Acordaron “abrir mercados y defender las ideas de libertad”, según un comunicado de Presidencia que en ningún momento menciona el litio. Sin embargo, horas más tarde, Gerardo Werthein, embajador de la Argentina en Estados Unidos, declaró que, efectivamente, habían hablado de las reservas minerales de Argentina: “Musk tenía una muy buena visión de todo lo que tenemos”, dijo Werthein, “especialmente el litio”.

 

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

Modi, camino a conquistar el sur de la India, camino a ser “el maestro del mundo”

Este abril la República de la India dará comienzo a su decimoctava elección general. Desde las montañas del Himalaya hasta las costas del sur, más de 900 millones de votantes estarán habilitados para, en un período electoral de seis semanas, determinar las nuevas autoridades del país 

Ante lo inmenso de los indicadores que la quinta economía del planeta exhibe, no deja de sorprender la centralidad que cobra la figura de Narendra Modi, primer ministro en funciones desde 2014 y quien bajo la promesa de un inexorable liderazgo indio en el orden internacional, se encamina hacia su tercer mandato. 

Cinco años atrás, ante la obtención de una mayoría absoluta en el parlamento, una hazaña poco habitual en la conflictiva política india, Modi pareció haber cosechado la siembra de una narrativa dicotómica entre aquellos que, en desmedro de siete décadas de secularidad y pluralismo, abrazan la idea de una nación definida por su fe mayoritaria hindú, frente a quienes precisamente entienden esa diversidad cultural como fundante del progreso nacional.  

Esta lógica, bandera del oficialista Partido Popular Indio (BJP) y fuertemente instalada en el norte y centro del país, exige nuevas formas sobre el sur, más rico y mejor educado, donde además el Islam se extendió en tiempos y formatos disimiles. Allí, los cinco estados que nutren la región, concentran la mitad de los “unicornios” del país y la mayor parte de las exportaciones de la industria de servicios de TI.

Sin presencia del BJP en ninguno de sus cinco estados, el sur paradójicamente es presentado por Modi como caso de éxito de quien prometió generar una economía fuerte y que, más allá de profundizar las desigualdades a escala nacional, eclipsa cualquier indicador con el simbolismo de haber superado a su antiguo gobernante, el Reino Unido, y convertirse en la quinta economía del planeta. 

Precisamente este simbolismo ha llevado a que los discursos del primer ministro estén cada vez con mayor frecuencia nutridos de afirmaciones de que la India marcha camino a liderar el orden internacional, algo potenciado desde la falta de presión y cuestionamiento externo sobre sus formas.

Sin embargo, el presente se presenta menos auspicioso que la visión prometida por Modi. Su gobierno no ha mitigado, de hecho, ha trabajado activamente para intensificar los conflictos religiosos y regionales, al tiempo que la falta de voluntad para controlar el abuso y la degradación ambiental sitúa al país como el de peor desempeño entre 189 naciones, algo que amenaza gravemente la salud pública y la sostenibilidad económica nacional. 

La fragmentación cultural, de la mano de una Corte Suprema benevolente y el vaciamiento de las instituciones democráticas, empujan a la India a prácticas propias de un modelo autocrático que combate el pluralismo político y cultural al tiempo que exhibe su rédito económico. 

Así las cosas, poco parecen pesar esas profundas fallas subyacentes que, a menos que se reconozcan y aborden, no harán más que ampliarse en los años venideros. Modi y el Partido Popular Indio se encaminan a ganar cómodamente sus terceras elecciones generales consecutivas. Sus seguidores, se jactarán de que la India, marcha inexorablemente hacia el liderazgo global, todo gracias a su Vishwa Guru, el maestro del mundo. 

Daniel Maffey 

Lic. en Relaciones Internacionales 

 

El destino manifiesto de los Estados Unidos ante la reedición del duelo Biden – Trump

La experiencia en Estados Unidos da cuenta de que la política exterior pocas veces cobra mayor gravitancia electoral. Bien, las cosas parecen estar cambiando de cara a lo que será la reedición del duelo entre Joe Biden y Donald Trump por mantenerse o retornar a la Casa Blanca. 

Mucho más lejos del tiempo verdaderamente transcurrido figuran aquellos momentos en que los casos y muertos por Covid-19 erosionaban por goteo la administración Trump, eclipsando cualquier récord en materia de creación de empleo que el republicano presentara hasta el paroxismo. 

Por aquel entonces, la política exterior se encontraba supeditada a China como tópico casi excluyente, en tanto los grados de dureza discursiva sobre la República Popular era el matiz que dividía formas entre ambos candidatos. 

En su primer duelo, Trump y Biden captaron una nueva veta en la interrelación entre política exterior y su impacto doméstico: diagramar un enfoque dirigido a la clase media, que asegure, al menos retóricamente que las reglas de la economía internacional serán justa y por tanto gestora de “ganadores” del orden internacional liberal. 

Hacia el segundo y último de sus duelos, Biden y Trump están ahora ante el debate por el destino manifiesto de los Estados Unidos. 

Paradójicamente, si bien China moldeó la plataforma discursiva de aquella elección llevando a más de un desprevenido a pensar aumentos arancelarios y cierres retroactivos de consulados como portada de una nueva guerra fría donde la interdependencia no era protagonista, más importante aún, fundó las bases para un enfrentamiento sin retorno posible a demócratas y republicanos sobre el rol de Estados Unidos en el concierto de Naciones. 

Mientras la gravitancia electoral de la política exterior resulta aún compleja de mesurar, la reacción social frente a la guerra Israel-Hamas, la valoración sobre el sistema de alianzas multilateral, el eje migratorio como utilización discursiva y la ayuda económica-militar en Ucrania, entre otros, son síntomas de una enfermedad en la que ambos candidatos ven al otro como un riesgo para el futuro de la Nación. 

El 24 de noviembre de 2020, en el acto de presentación de su equipo de seguridad nacional, el por entonces presidente electo Biden afirmó que Estados Unidos estaba de regreso para liderar el mundo y no retirarse de él, para, nuevamente, “sentarse en la cabecera de la mesa”. 

Cuatro años, el caótico retiro de Kabul y dos súbitas guerras luego, Biden abrió su discurso del Estado de la Unión invocando a Franklin Roosevelt y lo que fue la antesala del ingreso norteamericana a la Segunda Guerra Mundial: “Ahora somos nosotros los que enfrentamos un momento sin precedentes”, marcó Biden, planteando la doble amenaza que supone Trump, tanto para la paz mundial hacia el exterior, como para la democracia norteamericana al interior.

Hace no mucho, el estratega político de Bill Clinton, James Carville, bromeó diciendo que el resultado de aquellas elecciones estaría determinado por «la economía, estúpido». Sí bien ese frente obviar ese frente sería descuidado, lo que ocurra en noviembre tendrá en la política exterior un activo indispensable. 

Cerradas las urnas y dictada la suerte, la realidad continuará siendo la de un orden internacional y su centro de poder transicionando hacia Oriente. La voluntad o capacidad de Estados Unidos de adaptarse a este orden, será el gran interrogante. 

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

¿El próximo Fujimori o el juego de la Gallina? Milei, como el futuro de la Argentina, es un enigma

El arribo de Javier Milei a la Presidencia de la Argentina ha generado, en menos de un trimestre de gobierno, una incontable cantidad de exabruptos, choques y polémicas que al pulso de X dan forma a un estilo hasta ahora jamás transitado en la tercera economía latinoamericana.

En parte predecible y en parte inesperado (no tanto por los adjetivos pero sí los sustantivos), quien acumula más de 46% de inflación en sus primeros dos meses de Gobierno, en parte consecuencia de lo que se plantea como un necesario sinceramiento cambiario, un fuerte ajuste fiscal y un gran aumento en las tarifas, parece ser un enigma en cuanto a su forma de ejercer el poder y claro, las implicancias que esto podría representar. 

Tras imponerse en la segunda vuelta electoral con algo más del 55% de los votos, Milei parece decidido a atar su destino político al juego de la gallina, trazando en un escenario cercano, algunas similitudes con el Gobierno de Alberto Fujimori en el Perú.

Dos golpes en dos meses: ¿Una única forma de negociar?

«Es un pobre chico que no puede leer ni un contrato», posteó en su activísima cuenta de X (de hecho, un usuario creó un sitio que calcula cuántas horas por día pasa el mandatario en esta red social), Javier Milei el viernes a la noche, antes de presentarse en el tercer día del cónclave de CPAC, realizado en Washington.

La adjetivación es para el gobernador de Chubut, Ignacio Torres, quien como reclamo al Gobierno nacional de los fondos correspondientes a la coparticipación, marcó que si el Ministerio de Economía no le entrega a Chubut sus recursos, entonces Chubut no entregará su petróleo y su gas.

Más allá de la paradoja de que Milei viajó a Washington para reunirse con Trump, quien viene de promover una «rebelión» de gobernadores contra Biden por un conflicto con Texas, el Estado petrolero más importante de los Estados Unidos, el conflicto exhibe el poco tacto del presidente argentino para negociar, incluso con un integrante de Juntos por el Cambio, partido que apoyó y constituye el Gabinete de Milei con figuras clave como Bullrich y Caputo.

El referente de La Libertad Avanza venía de sufrir un durísimo revés legislativo al ver rechazado su Decreto de Necesidad y Urgencia que buscaba una desregulación profunda de la economía. Previamente, Milei había adelantado que si el Congreso rechaza el DNU que desregula la economía, llamaría a un plebiscito. Lo primero ocurrió, ¿lo segundo es viable?

Milei no es Fujimori ni podrá serlo

El domingo 5 de abril de 1992, se produjo un autogolpe en Perú, fecha en la que el presidente de turno, Alberto Fujimori, a través del Decreto denominado Ley de Bases del Gobierno de Emergencia y Reconstrucción Nacional, disolvió el Congreso Nacional, el Tribunal de Garantías Constitucionales y el Consejo Nacional de la Magistratura.

En su primer acción de peso, Milei envió una ley en la que exige al Congreso que le dé todos los poderes en las cosas que no puede, por la Constitución, cambiar por decreto: política fiscal, privatizaciones, derechos fundamentales, etc. Milei exige que le dejen gobernar sin el Congreso, sin ningún contrapoder, sin oposición.

El hilo conductor de su visión es muy claro: el presidente representa al pueblo y el Congreso es la casta. Si algo va mal, será culpa del Congreso. Lo cierto es que Milei tiene un amplio apoyo popular, como sucede casi siempre tras una victoria electoral, y quiere aprovechar este momento para rediseñar el mapa político, social y sindical argentino.

Como señala Carlos Cué, el problema de fondo ha sido estudiado por Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, quienes plantean que aunque algunos demagogos electos asumen el poder con un plan de autocracia, muchos, como Fujimori, no lo hacen. El colapso democrático no necesita un plan. Más bien, como sugiere la experiencia de Perú, puede ser el resultado de una secuencia de eventos imprevistos: una escalada de ojo por ojo entre un líder demagógico que rompe las normas y un establishment político amenazado.

Ahora bien, el juego de similitudes y diferencias entre Milei y Fujimori puede tener entre ellos ciertas coincidencias, pero no así en la estructura institucional y los actores que la integran en los casos de Argentina y Perú. Veamos las primeras:

  • Fujimori era, como Milei, un outsider de la política que en un año creó un partido y logró ganar las elecciones de 1990. Hasta las cifras se parecen. Milei logró el 30% en primera vuelta y el 56% en la segunda. Fujimori el 29,9% y el 62%.
  • Los dos tenían el mismo problema: el ascenso ejecutivo no se tradujo en una mayoría legislativa. Fujimori contaba con solo 32 de las 180 curules en la Cámara de Diputados y 14 de 62 en la de Senadores. Milei controla solo 38 de los 257 diputados y siete de los 72 senadores de Argentina, aunque puede contar con algunos más gracias al apoyo de Mauricio Macri y Juntos por el Cambio.
  • Fujimori tardó nueve días en anunciar sus medidas ultraliberales, que supusieron una gran devaluación, privatizaciones, liberalizaciones y un fuerte empobrecimiento de los peruanos para controlar la inflación desbocada. Milei tardó cinco días.

La pregunta ahora es si Milei querrá seguir el espiral de enfrentamiento con el Congreso hasta convertirse en un nuevo Fujimori, o si parará o lo paran antes. Argentina y Perú son dos países muy diferentes:

  • En Perú, los sindicatos ya estaban débiles cuando llegó Fujimori. En Argentina están entre los más poderosos del mundo y ya han dado sobradas muestras de rechazo.
  • Los partidos en Perú ya estaban muy debilitados en 1990. El peronismo sale herido de las elecciones, pero aún conserva mucha fuerza y poder local.
  • En Argentina hay muchos más contrapoderes activos que en Perú, entre ellos el Poder Judicial y algunos sectores de la prensa.

Más allá de eso, el primer discurso de Milei como presidente electo fue en la calle, dando la espalda al Congreso, y no dentro, ante los diputados, como es lo habitual. ¿Será este el juego del presidente? 

El juego de la gallina 

El concepto del juego de la gallina se utiliza para predecir el curso de acción que tomará una nación en una situación de colisión frontal. En caso de que dos países lleguen a una situación de choque frontal, la acción racional no es pensar en el prestigio sino minimizar la pérdida. El bando que retrocede primero es tratado como un cobarde (una gallina). 

Profundiza en esta línea Fred Ikllé, quien en su clásico How Nations Negotiate plantea que existe una gran diversidad en las negociaciones, por eso es importante distinguir entre los propósitos por los cuales los Estados o gobiernos negocian.

Uno de ellos es por redistribución: Estos acuerdos se caracterizan por la división entre un lado ofensivo y un lado defensivo. La demanda del ofensivo, que a los efecto prácticos puede ser Javier Milei, está generalmente dirigida contra la parte más débil del lado defensivo, a los fines de este ejercicio el Congreso argentino. El ofensivo presenta su demanda en forma de ultimátum, dejando un margen mínimo para el regateo del otro, haciendo su amenaza y anunciando que la llevará a cabo si el otro no satisface el pedido inicial.

Si el lado ofensivo tiene éxito, un acuerdo en este tipo de negociación llevará a un cambio en el status quo, en tanto la parte defensiva cumplirá con todo o parte del pedido. Si el lado ofensivo no tiene éxito, igualmente puede darse un acuerdo en el cual el lado defensivo consienta intercambiar algún extra por el retiro oficial del pedido inicial del lado ofensivo.

Ahora bien, si cualquiera de los dos lados se empecina, las negociaciones pueden terminar sin conseguir ningún acuerdo. En este caso pueden darse dos situaciones: o se preserva tácitamente el status quo, lo que quiere decir que el lado ofensivo cede por completo, o el lado ofensivo lleva adelante su amenaza o parte de ella ¿Es esta negociación la que está en agenda?

¿Qué estamos viendo? ¿Qué está en juego?

Los sostenidos traspiés del presidente argentino en sus primeros dos años (perdón, dos meses) de gobierno, parecen dejar en claro que no hay forma de gobernar en democracia sin el Congreso. Esta parece ser la disputa que estamos presenciando.

El asunto es que Milei cree que sí y tiene tres instrumentos para ello. El primero es el decreto de necesidad y urgencia. En segundo lugar está la delegación de competencias y, por último, el plebiscito.

Ahora bien el decreto de necesidad y urgencia no se aplica a impuestos, por ejemplo, ni a reforma electoral. La delegación de competencias, la tiene que votar el Congreso. Por ende, para no depender del Congreso depende de él. En cuanto a los plebiscitos, existen dos tipos: el que convoca el Presidente, que no es obligatorio ni vinculante, y el que convoca el Congreso, que sí es vinculante y obligatorio. 

Además de una amenaza interna real, Fujimori tuvo dos cosas que Milei no tiene: un control absoluto de los servicios de inteligencia y las Fuerzas Armadas. El mandatario argentino cree que bajar la inflación y reducir la inseguridad puede conseguirse sin leyes, sin instrumento legislativo. Pero, si es así, ¿por qué el Congreso fue su primera opción? Y si cambiara de opinión, ¿cuál será el futuro institucional de la Argentina? ¿Y el del presidente?

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

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