Del estallido a Boric presidente: 4 ideas para entender a un Chile histórico

Cuando el viernes 11 de marzo amanezca en Chile, el país modelo que se cansó de serlo podrá decir, tras cuatro de los años más tristes de su joven democracia, que finaliza la era de Sebastián Piñera y que Gabriel Boric, el presidente electo más joven de toda América Latina, asume, en sus propias palabras, “un cambio de ciclo histórico”.

No hubo paradoja ni coyuntura global sino un triunfo contundente y coherente que lejos de cerrar, se dispone a profundizar desde el Ejecutivo lo que un grupo de estudiantes de nivel secundario inició un 14 de septiembre en reclamo al prontamente retraído aumento en los costos del Metro a 830 pesos chilenos.

En esta nota te cuento sobre el Chile que decidió salir a votar aunque no sea obligatorio, del progresismo como respuesta a los espasmos reaccionarios de moda, sobre el programa presentado por Boric y las perspectivas que se abren en el país trasandino que redacta una (posible) nueva Constitución escribiendo un nuevo capítulo de su necesario “reventón”.

Una participación voluntaria

A la multiplicidad de interrogantes que plantea una elección en la que tanto un joven que apenas cumple con la edad mínima para ser candidato como un reivindicador de la dictadura de Pinochet pueden resultar ganadores, el eje de la participación dejó algunas respuestas.

Tras una primera vuelta Presidencial en la que apenas el 47% del padrón concurrió a las urnas (algo más de 7.000.000 de los 15.000.000 habilitados), la sensación es agridulce. Si bien se sumaron más de 1.200.000 personas a esta jornada electoral, la concurrencia del 55% de la ciudadanía habilitada se presenta escasa frente al interés electoral de la región. 

Frente a una sociedad que desde el 2019 se presenta fuertemente movilizada, quizás como nunca antes en la historia, un (no tan) nuevo interrogante puede pensarse bajo la idea de que un sector considerable del país no ve en la política una herramienta desde la cual se puedan transformar las necesidades insatisfechas exhibidas en las calles.

“La vida se compone de derechos, pero también de obligaciones. Lo colectivo no es una cortapisa al desarrollo personal. Estoy convencida que para profundizar la democracia se requiere más participación y no menos”, comentó la ex candidata presidencial Yasna Provoste luego de que el Senado diera su respaldo por mayoría al proyecto que busca restablecer la obligatoriedad del voto en Chile.

Con todo, y atentos a que el voto no es obligatorio pero sí secreto, la remontada del déficit por 146.000 votos tras lo ocurrido el pasado 21 de noviembre ilustran que la escasa pero contundente movilización hacia las urnas tuvo a Gabriel Boric como principal y único beneficiario. 

2021 y el “No” a Kast

La necesidad de dar respuestas con una final en la que faltaba jugarse el segundo tiempo dejó a Jose Antonio Kast y su Partido Republicano como protagonistas casi excluyentes del compacto con los mejores momentos de la primera vuelta electoral.

Como cuestionó Patricio Navia, parecía difícil de explicar que a un año de que el 80% de los chilenos (que fueron en una convocatoria de participación opcional) votaran para redactar una nueva constitución y seis meses después eligieron una clara mayoría de izquierda para la convención encargada de redactarla, el candidato más votado fue José Antonio Kast.

La potencial paradoja chilena marcaba precisamente esto, que cuando millones de chilenos salieron a las calles en octubre de 2019 parecía que el momento del progresismo en el país trasandino finalmente había llegado.

Pero ni el más crítico del modelo piñerista hubiera sugerido que el país se había “caído del mundo” por lo que la primera ubicación de Kast prontamente consideró que si bien las elecciones tuvieron lugar bajo un contexto sociopolítico histórico, el escenario en Chile no estaba excento de ciertas tendencias globales que con mayor o menor intensidad llegan a nuestra América Latina. 

Ahí surgió Kast. Una reacción violenta contra la política de siempre aunque haya sido congresista durante 18 años seguidos, con una fuerte retórica contra los inmigrantes aunque su familia sea parte de eso y una figura vinculada con la política y el pinochetismo (su hermano Miguel fue ministro y presidente del Banco Central durante la dictadura), tendencia que profundizó el propio Kast quien transitó sus primeros años de militancia apoyando la opción del Sí que en 1988 plebiscitó la continuidad de Pinochet en el Gobierno.

Tras lo ocurrido en noviembre y tal como suelen confirmar los populismos de derechael equipo de Kast prontamente ejerció su músculo dicotómico y quiso transformar la elección en una entre democracia y comunismo, la respuesta de Boric y compañía estuvo en la resignificación de democracia y fascismo. Ganó la democracia, perdió el fascismo.

La adhesión a la figura de Boric puede entenderse en parte como el rechazo al pasado pinochetista graficado en la figura de Kast, así también como parte del triunfo del otro clivaje, el generacional, donde a la posible nueva Constitución y la composición del órgano a cargo de redactarla, se suma el representante de Apruebo Dignidad.

El programa de Boric

Crítico de los partidos tradicionales y de la centroizquierda que representaba la Concentración, tras dos mandatos cumplidos en el Congreso de la República (el último siendo el segundo candidato más votado en todo Chile), Boric es parte de una generación que realizó su aprendizaje político en la política. Como comenta Juan Luna, la sincronía entre el tiempo social y el tiempo biológico corre a su favor.

Tomando la posta de la hoy congresista Camila Vallejo, cabeza de un Chile que hace apenas diez años pedía una educación gratuita y de calidad, el presidente electo grafica el surgimiento de nuevos liderazgos tras un par de décadas donde la política estuvo monopolizada por las dos grandes coaliciones protagonistas de la transición democrática nacional.

Su protagonismo político quedó reforzado con el estallido social y la firma del Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución el cual si bien fue fuertemente criticados por quienes hoy celebran a Boric, sentó las bases para una salida institucional a la mayor crisis en la historia democrática del país.

El hecho fue síntoma de un futuro candidato que, tras su sorpresiva victoria sobre la figura de Daniel Jadue en las internas del mes de julio, evitó fogonear los fantasmas alimentados por un aparato mediático y político que alertaba sobre un Chile populista en agenda.

Desde el eslogan «Sumando para un nuevo Chile», el programa de Gobierno presenta cuatro reformas estructurales como el acceso garantizado universal a la salud, las pensiones dignas sin AFP, un sistema educativo público, gratuito y de calidad y la conformación del primer gobierno ecologista de la historia de Chile.

Como precisa Pablo Stefanoni, el programa está lejos de ser radical, pudiendo pensarse como la expresión de un proyecto de justicia social de tipo socialdemócrata en un país donde, pese a los avances en términos de lucha contra la pobreza, perviven formas de desigualdad social inaceptables junto a la mercantilización de la vida social.

Frente a los siempre demandantes de condenas internacionales, Boric resaltó a lo larga de su candidatura (así también en su tránsito como congresista) la necesidad de respetar las instituciones democráticas criticando en ello a los gobiernos de Nicaragua, Venezuela, y Cuba, representando además la idea de un Chile más inclusivo en cuanto a las libertades individuales.

La constituyente, Boric y “seguimos”

Si los modelos encarnados por Kast y Boric se presentaban como antagónicos en la antesala a esta jornada electoral, así también se presumía la relación con una convención constituyente en funciones y a cargo de redactar una nueva Constitución.

La mencionada salida institucional a lo iniciado en las calles tuvo como correlato una elección marcada por un proceso de redacción constitucional que de no mediar inconvenientes estará convocando a un referéndum de salida sobre el segundo semestre de 2022.

Nuevamente Stefanoni señala que el postulante de la derecha habría sido un presidente potencialmente desestabilizador, donde la idea del “orden” en un país que continúa profundamente movilizado rima con el cambio y no con los retrocesos conservadores que prometía Kast.

La relación de Boric con la convención constitucional será sin lugar a dudas la mayor prioridad que tenga el presidente electo, quien ve en ese proceso la oportunidad de condensar la corrección de las injusticias heredadas por un modelo fuertemente excluyente y al que se busca cambiarlo de raíz.

Además, si bien la victoria de Boric fue contundente, el resultado de la primera vuelta dejó un Congreso partidariamente fragmentado donde a priori, al menos para el Senado, puede pensarse compuesto por dos grandes bloques de izquierda y derecha, que en ningún caso otorga una mayoría automática al oficialismo entrante.

Aunque pese, la presidencia de Boric debe asumirse como un gobierno de transición más que como un gobierno de transformación.

En otras palabras, más que enviar proyectos de ley al Parlamento en torno a políticas sectoriales específicas (impuestos, salud, educación, pensiones, políticas de cuidado), se requiere sentar a la mesa actores que en Chile no están acostumbrados a negociar.

En lo partidario, restará por ver el desempeño de un Frente Amplio heterogéneo y joven que ya no piensa esos atributos como un déficit sino como el insumo para poder articular, sin sobreactuaciones, las demandas históricas de un país que, en palabras de su presidente, si fue la cuna del neoliberalismo, también será su tumba. 

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

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