Francia y la reforma de pensiones: bienestar en crisis, desencanto en loop

Como suele ser habitual hace varias décadas, sobre el cierre de cada temporada el Collins English Dictionary suele bucear entre su amplia base de datos dotada de más de 8.000 millones de palabras para elegir lo que en efecto es consagrada la palabra del año. 

Definida como “un período prolongado de inestabilidad e inseguridad” ilustrada bajo las crisis en curso que el mundo ha enfrentado y continúa por enfrentar, incluida la inestabilidad política, la guerra en Ucrania, el cambio climático y la crisis del costo de vida, la palabra del año 2022 fue “permacrisis”.

Bajo un ritmo anárquico y vertiginoso consistente en saltar de un evento sin precedentes a otro, la permacris resalta el pesimismo que impera en la sociedad global, algo que, amen de ciertos retrocesos sobre derechos otrora consagrados e inalterables, ponen en este caso a Francia y lo que el presidente Macron marcó como “el fin de la abundancia”, como un nuevo capítulo por afrontar. 

La séptima economía del planeta avanza hacia un trimestre sostenidamente marcado por la ebullición social como respuesta de la reforma de pensiones presentada a los 10 días de iniciado el 2023 y que, ante la imposibilidad del Gobierno de poder conseguir los apoyos necesarios legislativos, finalmente fue aprobada por decreto. 

 

La reforma y sus formas 

Francia gasta el 14% de su PBI en pensiones, casi el doble del promedio de los páises miembro de la OCDE y con una carga que está aumentando a medida que la población envejece. Además, el país alberga a 17 millones de pensionistas, 4 millones más que en 2004. Según el Gobierno, elevar la edad de jubilación es la forma más sólida de cerrar la brecha de financiación.

“Vivimos, y es una suerte, cada vez más. ¿Creen que podemos continuar con las mismas reglas?”, argumentó Emmanuel Macron al ser consultado tras la decisión de aumentar la edad jubilatoria de los 62 a los 64 años. 

Como grafica Mayer y a partir del último informe del Consejo Asesor de Pensiones galo, el déficit del sistema va a degradarse a futuro, pero no al punto de ponerlo en riesgo, esto porque existen soluciones y la deuda se reduce, en la mayoría de los escenarios, a lo largo de los años.

No obstante, en un país donde la esperanza de vida es de 85,5 años en mujeres y 79,4 en hombres, el Ejecutivo avanzó sobre esta obsesión del mandatario francés, al tiempo que la complementó junto con otras reformas propias sobre el sistema previsional nacional. 

El periodo de cotización -aportes- requeridos para recibir una pensión completa se aceleró, exigiendo para 2027 un total de 43 años. Todas aquellas personas que no hayan cotizado este tiempo verán su pensión reducida y, en tanto no quieran sufrir esta reducción, deberán trabajar hasta sus 67 años.

Lo cierto es que, si bien previo a esta reforma la edad de jubilación legal era de 62 años, muchos franceses deben continuar trabajando para cumplir la cuota de aporte requerida, haciendo la edad media de jubilación real de 62 años y 4 meses.

La reforma presume además otro conflicto: Obligar a trabajar hasta los 64 años en un país donde la tasa de actividad entre los mayores de 60 años figura entre las más bajas de los países industrializados. Solo un 35% de esta franja de edad están en el mercado laboral en Francia y la legislación no ofrece herramientas sobre esa construcción en un escenario cercano. 

Pero al conflicto por esta disposición, además del contenido, se le suma la forma en la que fue implementado. Macron decidió adoptar por decreto la reforma aplicando el artículo 49.3 de la Constitución, el cual faculta al Gobierno a imponer la aprobación de un proyecto de ley sin someterlo a votación. 

El uso del artículo 49.3 es perfectamente legal; de hecho, se ha activado 100 veces desde que Charles de Gaulle lo introdujera en 1958. Sin embargo, percibido en muchas oportunidades -incluso por el propio Macron- como una negación de la democracia, el recurso es políticamente polémico y sintomático del escenario en agenda para quien, en la antesala a su primer aniversario tras ser reelecto al frente del país, transita un desplome absoluto en sus niveles de popularidad.

Desplome que en el corto plazo presenta amenazas sobre una agenda reformista presentada bajo variables como la búsqueda de emisiones netas cero y el pleno empleo, hasta una mejor educación en áreas remotas del país. Pero que mirando hacia 2027 observa en un horizonte cada vez más cercano la oscura amenaza de que puede tener que entregar las llaves del Palacio a Marine Le Pen. 

 

Francia, el desencanto y sus riesgos globales 

Como apunta el Centro de Asuntos Internacionales de Barcelona (CIDOB) en su informe de proyecciones anual, la protesta gana terreno pero, cada vez más, lo hace en sociedades fracturadas, polarizadas. En esta línea, la erosión de la cohesión social es el riesgo que más ha empeorado a nivel mundial desde el inicio de la crisis de la pandemia de Covid-19. 

Lejos de ser una democracia modelo, Francia es hoy un país que no se siente políticamente cómodo con el pluralismo, el multiculturalismo y el liberalismo político, una condición revelada por el ascenso constante de la extrema derecha que dificulta el disipar la sensación de que algo peor puede estar a la vuelta de la esquina.

En parte el último ciclo electoral francés -tanto en presidenciales como legislativas- representaba esto, el ascenso de la derecha nacionalista, paradójicamente alimentada por causas que van mucho más allá de las fronteras de cada Nación y cuya amenaza para Francia, y por extensión para Europa y Occidente, parece poder persistir más allá del segundo mandato de Macron.

Gana relevancia situada el aporte del Instituto Varieties of Democracy, que sobre el cierre de 2021 planteó que el nivel de democracia que disfrutó el ciudadano global promedio en ese año se ha reducido a los niveles transitados sobre 1989.

Los últimos 30 años de avances democráticos están ahora perdidos. Las dictaduras van en aumento y nada más y nada menos que el 70% de la población mundial -5.400 millones de personas- viven en Gobiernos autoritarios. 

Sobre este escenario opera lógicamente la coyuntura de una guerra en Europa, obra del mismo representante que desencadenó la tercera ola de autocratización cuando comenzara a descarrilar la democracia en Rusia 20 años atrás. 

Ahora bien, sobre este avance autoritario, una de las variables explicativas es la que se enfoca sobre el eje económico y las perspectivas de mejora en las personas. La idea detrás es que el predominio no solo de un país en particular, sino también del sistema político que ayudó a difundir, osea, Estados Unidos y la democracia liberal, está agotándose, dejando como novedad que las plataformas autoritarias vienen desarrollando una alternativa ideológica de democracia iliberal donde se ofrece un nivel de vida que rivaliza cada vez más con el de Occidente.

 

La llama ultrareaccionaria francesa

El período de “inestabilidad e inseguridad” que la permacrisis pregona parecía haberse cerrado tras la reelección de Macron el pasado llamado electoral. 

Sin embargo, la reedición del ballotage frente a Le Pen dejó al mandatario francés con dos millones de votos menos que en 2017 y a los dos principales partidos de la posguerra -republicanos y socialistas- en caída libre, algo que angosta aún más el espacio de diálogo nacional. 

Si a esto se añade que el nuevo trinomio tiene fuerzas encabezadas por Macron, Le Pen y Melenchón empujando en direcciones antagónicas bajo un contexto de abstención electoral récord y crispación social absoluta, la inestabilidad e inseguridad son diagnósticos antes que recuerdos. 

No obstante, como marca Mariére, el problema va más allá de la política y las elecciones. La presidencia de Macron dio lugar a una extraordinaria explosión de ira y resentimiento popular. Esto tomó muchas formas, desde las protestas de los chalecos amarillos, un movimiento inicialmente contra un aumento en el impuesto al combustible que se transformó en una oposición total al presidente, hasta guerras culturales belicosas. 

Los tradicionales posicionamientos de los partidos políticos sobre asuntos socioeconómicos han sido reemplazados por interminables guerras culturales sobre el Islam, la inmigración y la identidad nacional. 

Ese brebaje de sentimientos volátiles no va a ninguna parte. Quedará por verse si frente a transformaciones estructurales como el que presenta el debate por el nuevo orden internacional, la crisis interna francesa con potenciales ensayos alternos y la emergencia de un nuevo liderazgo estratégico, puedan estar gestando lo que la disciplina de las relaciones internacionales suele desestimar pero que Gustavsson presenta como las condiciones de cambio en la política internacional. Aquí el cómo también será fundamental. 

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

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