Recomposición neoliberal en América Latina. ¿Descomposición institucional en UNASUR?
Los referidos cambios estructurales no suelen ser una constante en el sistema internacional, sino que, con mayor o menor intensidad según la región y el período abordado, tienen lugar como resultante de una serie de reorientaciones continuadas que por defecto terminan decantando en un nuevo o renovado sistema.
La elección de Macri como presidente de la Argentina, lo propio en el caso de Perú con Kuczynski y el ascenso de Temer en Brasil son algunos ejemplos de cómo América del Sur presenció (esto fundamentalmente en los casos de Argentina y Brasil) en espacio de un año, la llegada de perfiles políticos que no sólo se contraponen a los lineamientos sostenidos durante algo más de una década en materia de integración, sino que además traen consigo nuevas directrices, en algunas casos antagónicas.
Este escenario, además de lógicamente incidir en el desarrollo de las políticas hacia el interior de los Estados, repercute también en la atención y prioridad desde aquí otorgadas a las iniciativas y fundamentalmente a los perfiles de integración que América del Sur supo construir.
En tal sentido, es preciso advertir que para el caso de estudio seleccionado, el de la UNASUR, se presenta como un perfil integracionista multidimensional desde el cual, tanto sus objetivos como Consejos, dan cuenta de un entendimiento de la integración desde una multiplicidad de agendas que buscan ir más allá de lo esencialmente económico-comercial.
Como contraparte de las iniciativas en cuestión podemos hacer referencia sobre aquellos espacios unidimensionales que tradicionalmente han tenido como aspecto fundante un carácter centrado en encontrar la funcionalidad de la integración latinoamericana a partir de la variable económica.
El escenario internacional actual presenta una serie de características esenciales que lógicamente inciden y condicionan la realidad latinoamericana:
En primer lugar, resulta necesario advertir la “pronta” (en términos comparados con el continente europeo) recuperación económica de los Estados Unidos tras la crisis hipotecaria del año 2008. Sobre esta perspectiva monetaria hay que añadir la política, ilustrada con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.
Esto último, además de desacelerar los incipientes avances logrados en Cuba sobre el final de la gestión Obama, incide en América Latina generando un escenario de cierta ambigüedad. A los gobiernos parte de la advertida recomposición neoliberal que basan su modelo de inserción a partir de la liberalización comercial, han encontrado en la actual administración norteamericana un inesperado obstáculo, viéndose obligados a resignificar algunos de los heredados vínculos comerciales.
En añadidura, la convivencia entre la administración Trump y los cambios estructurales regionales tienen en la variable integracionista como síntoma ilustrado la transferencia de la intensidad y gravitación política coyuntural desde la UNASUR (un espacio construido por fuera de la injerencia norteamericana) hacia la OEA y la agenda desarrollada tanto desde aquí como a partir del Grupo Lima.
En segundo término, y no sin considerar ciertos episodios (“brexit”, la administración Trump, el aumento de gobiernos de corte nacionalista dentro de la UE) que inciden en cierto recelo a la globalización y los compromisos multilaterales, la coyuntura internacional cuenta con la firma de “mega-acuerdos” comerciales como una de sus principales características.
En este sentido, los países latinoamericanos individualmente (excepto Chile, México y Perú) y los esquemas de integración regional en su conjunto, han quedado marginados, en una periferia todavía más fragmentada. Este proceso permite evidenciar la transición desde la cual América Latina se traslada a una posición de “rule taker” relegando su capacidad de erigirse como “rule maker”.
Un tercer aspecto por considerar es, ante el rechazo al multilateralismo realizado por los Estados Unidos, la confirmación de China, Rusia y la India entre otros, como garantes de un orden multipolar que, retroalimentado con lo mencionado en el punto anterior, da cuenta del estado de situación dentro del sistema internacional actual.
No obstante, si bien la administración Trump ha dejado en claro sus prioridades habiéndose retirado del TPP, así como disponiendo a revisión compromisos como el del TLCAN, el caso de China resulta más ambiguo dado que si bien Jinping ha respaldado en la última Cumbre de Davos las responsabilidades propias a la globalización, al mismo tiempo ha sugerido el desarrollo de una batería de políticas orientadas sobre su mercado doméstico.
En lo que a su resonancia en la región supone, es necesario indicar que el rol de China y Rusia fundamentalmente supo compensar de algún modo la escaza relevancia que ambas gestiones del expresidente Obama representaron sobre América Latina.
También cierto es que el vínculo generado con estas dos potencias generó un escenario de fuerte dependencia, espacio que otorgó el margen de maniobra suficiente a China (en lo específico a partir de su rol como inversor en la región) para prolongar las tendencias a la reprimarización de las economías a escala regional.
Tomando como segundo punto de análisis en este espacio, y a partir del artículo periodístico seleccionado, es que también considero dar cuenta de aquellos puntos sobresalientes que permiten comprender de modo efectivo el actual escenario regional, así como los desafíos que enfrenta los proyectos integracionistas en la región.
En tal sentido, los advertidos cambios estructurales ocurridos en estos últimos años tuvieron como manifestación sustantiva la suspensión momentánea de seis de los doce miembros en la participación de UNASUR. Esta decisión, si bien se ampara en la pendiente elección de un Secretario General, responde a una multiplicidad de factores.
La variable geográfica se presenta como un primer punto de análisis. A la extensión geográfica de la región es necesario añadir la incapacidad desde el COSIPLAN de lograr la interconexión necesaria para suplir las deficiencias en este sentido. Frente a la inicial disputa entre Brasil y Venezuela de lo que fuera IIRSA y el rol otorgado al financiamiento privado, el escándalo de corrupción de la constructora Odebrecht parece haber dilapidado una valiosa y necesaria oportunidad.
De igual manera, la estructura intergubernamental sostenida dese la UNASUR, la incapacidad de incorporar a sectores de la sociedad civil como un insumo de calidad en la concreción de sus proyectos y el letargo consecuente de un proceso de toma de decisiones basado en el consenso permiten explicar de modo genérico algunas de las razones por las cuales la bifurcación que este espacio representó entre lo retórico y lo concreto fuera cada vez mayor.
A este estado de insuficiencia, se añade como un nuevo episodio dentro de este péndulo ideológico sostenido en los últimos treinta años la reestructuración de América Latina a partir del ascenso político de los gobiernos de turno. Esto supone entonces un retorno hacia aquellos pilares que buscaron ser reformulados a partir de la creación de espacios como el de UNASUR.
Los aludidos vaivenes ideológicos se retroalimentan con las tendencias presidencialistas que subyacen sobre los gobiernos latinoamericanos. Es desde allí que en una coyuntura donde lo que prima es la preferencia de aquellos socios estratégicos por fuera de la región que la suspensión de actividades en la UNASUR sea quizás un proceso difícilmente evitable.
Los argumentos hasta aquí desarrollados tienen como último propósito el poder reflexionar sobre las implicancias de lo abordado sobre el cambio de ciclo regional y su vínculo con el caso de la UNASUR.
En primer lugar, ante el escenario advertido asoma como prioritario poder hacer frente de manera integral al desafío de preservar y profundizar los espacios de integración construidos. En lo específico a la UNASUR, el reto reside en poder reformular las históricas tendencias presidencialistas, buscando desestimar aquellos compromisos y decisiones que respondan a intereses y miradas coyunturales.
Si bien un diagnóstico inicial sobre esta primera década de existencia de la UNASUR de cuenta de un estado de insuficiencia sobre lo realizado, lo cierto es que ante un escenario internacional que tiende a minimizar las oportunidades de la región y sus potencialidades, el desarrollo efectivo de agendas desde aquí promovidas como la energética y la infraestructural entre otras, serían de altísimo valor para la región y su poder de margen de maniobra.
El entendimiento de este nuevo ciclo sobre la inserción internacional de América Latina parece decidido a intensificar, sin una motivación lógica o visible, los patrones de relacionamiento que dieron forma al regionalismo abierto de la década de 1990, desconociendo así no sólo una correcta apreciación de la coyuntura internacional, sino también el rol que allí podría desempeñar y beneficiar a la región.
¿Qué estrategias buscará implementar Bolivia desde su presidencia pro tempore para poder “destrabar” este escenario de crisis?; ¿Será la aceptación de José Bordón como Secretario General el punto de inflexión para lograr el reintegro de los seis países que decidieran suspender su participación?; ¿Podrán realizarse reformas institucionales que afecten el dinamismo funcional de la UNASUR sin alterar su esencia “sudamericana”?; ¿Cuáles serán las decisiones que tomaran las administraciones entrantes en Colombia y Paraguay?
Estos interrogantes, en adición a la natural deformación que las variables abordadas puedan sufrir como resultado de la proximidad temporal a los hechos, serán sin duda los pilares a tener en cuenta al momento de abordar y analizar el futuro de este complejo escenario internacional y sus implicancias desde una perspectiva integracionista.
Daniel Maffey
Lic. en Relaciones Internacionales
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