El curioso mundo de Trump: EEUU ante la reedición del «Make America great again»

Entre las múltiples y célebres frases atribuidas al ex secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger (1973 – 1977), resalta aquella que, en resonancia a lo marcado por Lord Palmerston promediando el siglo XIX, señala que “Estados Unidos no tiene amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses”. 

Con más de 225.000 muertes por coronavirus, una recesión económica histórica, los reclamos por la violencia racial más presentes que nunca y un país que sufre en carne propia los efectos del calentamiento global, la política exterior parece ser uno de los puntos más fuertes que la administración Trump pueda presentar.

Esencialmente desde lo político y discursivo, aunque también con algunos ejes concretos, lo cierto es que quien buscará ser reelecto en el cargo este martes 3 de noviembre no pudo plasmar en ninguno de los, finalmente dos, debates presidenciales el atribuido éxito a su resignificado “America First”. Veamos de qué trata.

Las promesas de Trump

Elecciones en EE.UU: la política exterior, ¿el punto fuerte de Donald Trump?

Promediando el año 2016 y con las elecciones internas republicanas en disputa, el discurso del actual Presidente de los Estados Unidos daba los primeros indicios sobre los ejes que la política exterior y la mirada del mundo significaban para Trump. 

Con el rechazo al acuerdo Nuclear iraní y la fijación sobre los abusos que el país sufría por parte del sistema multilateral, el por entonces candidato ilustraba lo que el semanario londinense The Economist marcaría una vez confirmada su elección: la idea de una nueva dicotomía al momento de analizar las variables políticas y sociales que marcan el pulso de las principales potencias económicas del mundo.

Osea que frente al histórico entendimiento de los ejes izquierda – derecha como análisis de los partidos tradicionales y sus rasgos identitarios, se tomó como nuevo contrapunto de la coyuntura internacional: nacionalismo – aperturismo.

Es decir, que frente a un escenario político esencialmente marcado por el cosmopolitismo y sus beneficios, poco a poco el mundo asistirá al surgimiento y eventualmente gobierno de partidos con un creciente éxito electoral donde los valores comunes sostienen un discurso contrario a la inmigración, el libre comercio y atento a una mayor atención a la seguridad y defensa.

Muchas veces marcado como génesis de los populismos conservadores, estos espacios comparten un discurso excluyente de lo que se considera extranjero, una estructura jerárquica que se ve como natural donde el hombre blanco es el tomador de decisiones y con plataformas que promueven medidas contra la globalización y sus bondades.

El caso de Trump y su campaña presidencial repartió estas y otras banderas más, según su humor y necesidad, entre el Partido Demócrata, con Clinton a  la cabeza, los inmigrantes, Irán, China y Corea del Norte. 

Es con este antecedente que, previo a resultar electo y asumir funciones, Trump prometió una batería de medidas que tomaría desde el 20 de enero de 2017, fecha en la que además de convertirse en el 45° presidente de los Estados Unidos recordó en su discurso inaugural “de este día en adelante, una nueva visión va a gobernar nuestra tierra. De este día en adelante solo será América primero, América primero”.

A ver cómo le(s) fue en los “destacados”. 

La presidencia de Trump

Elecciones en EE.UU: la política exterior, ¿el punto fuerte de Donald Trump?

En lo que se registró como su primera jornada laboral completa, el 23 de enero de 2017, Trump retiró a los Estados Unidos del acuerdo comercial de la Asociación Transpacífico (TPP), bandera de Barack Obama y expresión máxima del multilateralismo económico-comercial. 

Cuatro días más tarde, firmó una orden ejecutiva para impedir que personas tramitando la condición de refugiados, así como ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, puedan ingresar al país. 

Desde una retórica contraria al consenso y tendiente a la intimidación, el programa prometido se cumplió prontamente teniendo en ese primer año la erosión de tres de de los principales legados de su predecesor en el cargo: la salida del Acuerdo Nuclear con Irán, el retiro del Acuerdo de París contra el Cambio Climático y la retracción de los avances mantenidos en las relaciones con la República de Cuba. 

El segundo año al frente del país tuvo para el comienzo de abril una de las pocas políticas sostenidas en estos años. Lógicamente, una de conflictos. El 1 de ese mes China anunció la imposición de aranceles a productos estadounidenses en respuesta a las medidas tomadas por Washington sobre el acero y el aluminio (algo inicialmente económico pero finalmente redireccionado hacia lo político con los casos WeChat y TikTok).

Como preludio de los alcances efectivizados en plena campaña, ahora por la reelección, se dispuso reconocer a Jerusalén como la capital del Estado de Israel y trasladar la Embajada de los Estados Unidos de Tel Aviv a Jerusalén. 

Vale recordar que en 1995 el Congreso de los Estados Unidos ordenó que la Embajada estuviera ubicada en Jerusalén. Durante más de dos décadas, todos los jefes de Estado, tanto republicanos como demócratas, han firmado una exención cada seis meses que les permite retrasar el traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén por motivos de seguridad nacional.

Para el 12 de junio de 2018 y después de advertir que quizás Estados Unidos “deba destruir totalmente Corea del Norte”, Trump y su pragmatismo se reunieron se reunieron en Singapur con el líder norcoreano Kim Jong-un. 

El cierre de su segundo año tuvo como destacado, contra el consejo de buena parte de sus asesores militares, el anuncio de retirar las tropas norteamericanas de la República Árabe de Siria, noticia acompañada con la afirmación de que el Estado Islámico había sido derrotado. 

Por supuesto, todos estos alardes tienen incontables notas al pie, aunque también es cierto que hay algo de verdad en ellos. Por caso, la relación con Corea del Norte se encuentra en su punto de tensión más bajo en años, ISIS perdió su “califato” territorial y el renegociado acuerdo comercial con México y Canadá es nominalmente mejor para los trabajadores norteamericanos. 

Por su parte, el grupo terrorista, al menos desde la perspectiva ideológica permanece vigente, al tiempo que continúan organizando ataques en Afganistán, Irak, Siria, Egipto y África Occidental.

Pero la desescalada de las tensiones no fue así en el Golfo Pérsico. Tras el restablecimiento de las relaciones diplomáticas promovido por la administración Obama, el retorno de los históricos conflictos entre Irán y los Estados Unidos se estrenó con el retiro del Acuerdo Nuclear y se exacerbó con el asesinato del principal general de la República Islámica, Qassem Soleimani.

Los 4 años de Trump deja explicitada la búsqueda desde la política exterior norteamericana en reorientar sus compromisos estratégicos en Medio Oriente. Tras más de una década de presencias desmesuradas y costos semejantes, el retroceso de los Estados Unidos expone abiertamente a una región donde la ausencia de un sheriff, profundizará la carrera de los actores del área por ocupar ese asiento.

Lejos de la estabilidad, este redireccionamiento presenta en Irán un peligroso punto de intermitencia.

El retiro del Acuerdo no sólo interrumpe el alto producido sobre décadas de enfrentamiento entre ambas partes, sino que la contraposición entre Estados Unidos y sus aliados con el “eje de la resistencia” iraní genera un espacio de tierra fértil que no sólo profundiza las crisis humanitarias existentes en Yemen o Siria, sino que además añade el potencial escenario de enfrentamiento armado entre Irán con Israel y/o Arabia Saudita.

Una última mención para nuestra región. Como señala Juan Gabriel Tokatlianresulta difícil encontrar desde la Segunda Guerra Mundial un presidente que haya tratado con más desdén, desinterés y desánimo a América Latina que Trump. 

El vicerrector de la Universidad Torcuato Di Tella apunta en este sentido que “salvo por la visita al G-20 de Buenos Aires, no ha visitado América Latina. No se ha interesado siquiera en un viaje a México o a Brasil, donde está Bolsonaro. No ha asistido a la Cumbre de las Américas de 2018 en Perú”. 

La pandemia

Elecciones en EE.UU: la política exterior, ¿el punto fuerte de Donald Trump?

En adición al negacionismo propio y conocido del mandatario, el punto de inflexión de momento reside en la decisión de retirarse de la Organización Mundial de la Salud (OMS). 

Los documentos internos filtrados por los principales medios del país dan cuenta de que a los altos funcionarios de la Casa Blanca les preocupaba que China estuviera encubriendo el virus.

Estados Unidos tuvo la oportunidad de formar una coalición junto  con la OMS y la comunidad internacional para presionar a Beijing por una mayor transparencia y cooperación. En cambio, Washington no hizo nada. 

Tras la retención sobre la financiación de la OMS, finalmente Trump anunció el retiro de la Organización algo que ilustra que en términos globales, algo particularmente sensible en términos de pandemia, es poco probable que Estados Unidos participe en esfuerzos para cooperar en problemas compartidos como el evitar el nacionalismo de las vacunas y contribuir a una redistribución equitativa y racional en términos epidemiológicos. 

El coronavirus evidencia que este país no sabe, no quiere o no puede presentarse como un líder global, capaz de aunar esfuerzos coordinados.  

Así las cosas, en caso de que este martes 3 de noviembre Donald Trump resulte reelecto al frente del país, Estados Unidos probablemente tenga en el 6 de julio del año próximo la ejecución de la retirada. 

La paz del final

Elecciones en EE.UU: la política exterior, ¿el punto fuerte de Donald Trump?

Tras el fallido y casi utópico intento de alcanzar un “Nuevo plan de paz para Oriente Medio” (uno creería que un acuerdo de 50 páginas es algo escueto para siglos de desencuentros) la cercanía con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, permaneció vigente generando para sorpresa de muchos una serie de avances por demás relevantes. 

El viernes último el mandatario norteamericano anunció que Sudán se convirtió en el tercer país en normalizar las relaciones con Israel durante su administración.

En esencia el acuerdo parece un intercambio en el que Estados Unidos e Israel brindan apoyo financiero a Sudán a cambio de una normalización diplomática.

El anuncio sigue a los acuerdos negociados por la administración entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos en agosto, así como el caso de Bahrein el mes pasado. Antes de eso, el último acuerdo de paz que Israel había alcanzado con un país árabe fue con Jordania allá por 1994.

Pero el acuerdo con Sudán es posiblemente más significativo. Los Emiratos Árabes Unidos y Bahrein no estaban en guerra con Israel cuando firmaron sus acuerdos; Sudán e Israel lo fueron.

Eso significa que si bien los dos primeros pactos fueron acuerdos de normalización, este con Sudán podría describirse con mayor precisión como un acuerdo de paz para un presidente que además no inició nuevas guerras.

Elecciones y perspectivas

Elecciones en EE.UU: la política exterior, ¿el punto fuerte de Donald Trump?

Al menos frente al escenario electoral programado hacia el martes 3 de noviembre, el eje de la política exterior de los Estados Unidos parece estar centrado en la presencia China y los grados de dureza discursiva que los candidatos tendrán sobre la República Popular. 

Este asunto antecede a la elección propiamente dicha y ha moldeado, con aparente éxito discursivo, la plataforma electoral de Trump, llevando a más de un desprevenido a trasladar aumentos arancelarios y cierres retroactivos de consulados como parte de una nueva guerra fría cuando quizás de fría tenga poco y de interdependencia mucho. 

En esta línea es que se explaya Juan Gabriel Tokatlian quien marca que para el año 1979, el de mayor intercambio comercial entre Moscú y Washington, el mismo fue de 4.200 millones de dólares, en tanto que para el 2018, entre Estados Unidos y China, el caso dejó unos 63.000 millones, en adición a la incidencia para nada desestimable de la inversión recíproca.

De igual manera, la experiencia norteamericana da cuenta de que al interior del Estado, el eje de la política exterior, salvo a partir de una guerra explícita y reciente, pocas veces cobra mayor relevancia electoral.

Como mencionara Federico Merke en un webinar organizado desde AERIA, todo sugiere que hemos entrado en una etapa de las relaciones internacionales donde no hay una “razón de sistema”, sino una “razón de Estado”, en la que los incentivos para sostener un orden internacional liberal deben pensarse a partir de quienes son los “ganadores y perdedores” en este proceso. 

En sintonía con el proceso electoral y tras el fugaz nombramiento de la candidata del presidente Trump, Amy Coney Barrett, como nueva integrante de la Corte Suprema, la administración ha unido a 32 países en declarar que las mujeres no tienen un derecho intrínseco al aborto.

La Declaración del Consenso de Ginebra, que no recibió el apoyo de los históricos aliados de la Nación, solicita la protección sobre los “derechos inalienables” de las mujeres, moción co patrocinada por Brasil, Egipto, Hungría, Indonesia y Uganda.

Lo cierto es que si Trump perdiera las elecciones, sus cuatro años por la Casa Blanca son suficientes para significar un mundo en transición donde todos los pilares del liderazgo norteamericano creados tras la Segunda Guerra Mundial han sido cíclicamente rechazados. 

Todo sugiere que los redireccionamientos propios de esta nueva administración han sido exhaustivamente diagramados, en el mejor de los casos, por su Presidente, en tanto la política exterior del país parece haber estado atada a sus convicciones o reacciones. 

Algo que de momento nos lleva a resignificar al propio Kissinger y pensar que, quizás, Donald Trump no tenga amigos ni enemigos permanentes, sólo intereses.

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

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