El acuerdo nuclear iraní. Perspectivas en la era Trump

No remite novedad alguna que los primeros meses del gobierno de Donald Trump han instalado un escenario de incertidumbre generalizada dentro del sistema internacional y en la multiplicidad de variables que en él se conjugan.

Estos últimos meses hemos presenciado un significativo número de condicionantes que hacen necesario reflexionar sobre las perspectivas que la viabilidad del acuerdo nuclear firmado entre la República Islámica de Irán y las potencias parte del G5+1 (Estados Unidos, Rusia, China, Gran Bretaña, Francia y Alemania) presenta.

Lejos en el tiempo parece quedar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los Estados Unidos e Irán y el subsiguiente anuncio del por entonces presidente Barack Obama quien el 17 de Enero del 2016 se dirigiera al mundo dando a conocer las implicancias que la articulación de este plan de acción conjunta representaría.

El proceso de negociaciones iniciado a los pocos meses de la elección de Hasan Rohani como presidente del país persa encontró a las distintas potencias parte acopladas en una idea: Un Irán armado nuclearmente sería el peor escenario para restaurar la estabilidad en Oriente Medio.

Desestimando si esta reflexión no consideró o reconoció que el monopolio nuclear regional de Israel, entre otras variables, ha conducido de hecho a una fuerte inestabilidad en la región, tras dos años de negociaciones tuvo lugar en la ciudad de Viena la formalización del acuerdo, que, en efecto, entraría en vigor el “día de la implementación “ estipulado, esto fue, el 16 de Enero de 2016.

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En el marco de este convenio, la política nuclear iraní, reorientada en las últimas décadas al enriquecimiento de uranio, permanecerá bajo estricto control del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) para evitar el acceso a armamento nuclear, así como cualquier otra desviación del uso de la energía nuclear con fines pacíficos sin que este pudiera ser advertido.

Como contraparte, se levantarán las sanciones económicas que marcaron un patrón de relacionamiento entre Irán y occidente desde finales de los noventa y que tuvieran efectos devastadores para la economía de un país con un perfil exportador como la República Islámica.

No obstante a las seis denuncias del OIEA referidas a ciertos incumplimientos técnicos por parte del país persa, el primer año del acuerdo transcurrió sin grandes sobresaltos en cuanto a la naturaleza interna del mismo. Sin embargo, la aplicación del contrato ha presentado para Teherán menos beneficios de los esperados. En concreto, sí bien las sanciones económicas quedaron sin efecto, pudiendo también acceder a activos congelados, el país sigue experimentando dificultades para reintegrarse en el orden económico global.

Las complejidades que un acuerdo de esta trascendencia puede presentar no deben desestimar la atmósfera de practicidad y compromiso que las negociaciones y sus resultados implicaron. Tampoco pueden desatenderse, las dificultades que supone la llegada al ejecutivo norteamericano de Trump, quien durante toda su campaña criticó fuertemente el convenio, advirtiendo que será su prioridad “desmantelar este acuerdo desastroso”.

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En este escenario, la escalada de tensiones entre los países parte tuvo un nuevo capítulo cuando a finales de Enero del presente año Irán llevó a cabo una prueba de misiles balísticos de medio rango, práctica que en efecto no está cubierta por el acuerdo en cuestión, pero que no obstante a ello fue advertida como una provocación desde la Casa Blanca.

Tweets del presidente Trump advirtiendo que “Irán está jugando con fuego”; la notificación del efímero asesor de seguridad nacional Michael Flynn dejando “bajo aviso” a la República Islámica de nuevas sanciones, y la inclusión de este último en el veto migratorio decretado por el presidente ilustran inobjetablemente un nuevo marco de relacionamiento entre esta administración y Teherán.

El pasado 19 de Mayo tuvieron lugar en la República Islámica de Irán las elecciones presidenciales donde la reelección de Hasan Rohani, figura que representó desde su arribo al poder un carácter esencialmente negociador, establece un significativo y vital componente de continuidad para buscar una solución a los nuevos condicionantes que el acuerdo en cuestión plantea.

En una atmósfera en la cual tanto desestimar dicho acuerdo como permanecer inmutable parece inviable, asoma entonces la alternativa de renegociar el mismo como la opción que presenta más posibilidades para continuar llevando a cabo de modo eficiente un ejemplo contemporáneo en materia de desarme nuclear con la significancia que esto reviste en el mundo actual.

¿Qué lugar ocupará este asunto en la agenda internacional de las partes involucradas?; ¿Cuál será el enfoque planteado por el teniente general McMaster, flamante asesor de seguridad de los Estados Unidos?; ¿Qué impacto tendrán los resultados electorales tanto en Francia como Alemania?; ¿Cuál será la posición que la República de Irán adopte tras la imposición de nuevas sanciones?

Estos interrogantes, en adición a la natural deformación que las variables abordadas puedan sufrir como resultado de la proximidad temporal a los hechos, serán sin duda, los pilares a tener en cuenta al momento de abordar y analizar el futuro de este complejo proceso de renegociación que la llegada de Donald Trump ha desatado.

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

 

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