¿Globalismo o globalización? La urgente necesidad de diferenciar entre aquello que Trump promueve y Milei emula

Desde el retorno de la democracia en la Argentina, una figura para pensar la política exterior nacional es la del mito de Sísifo. La idea consagrada por Albert Camus en este personaje de la mitología griega describe la condena eterna de llevar una enorme roca hasta la cima de una montaña, solo para que, al alcanzar la meta, la roca ruede hacia el pie de la misma, de donde Sísifo debía acarrearla nuevamente.

Las montañas que, desde el tándem Alfonsín-Caputo hasta la tríada Fernández-Cafiero-Solá, han caracterizado este período democrático encuentran en el modelo de Milei un actor que, en línea con su perfil, da cuenta no solo de un mundo que ha cambiado, sino también de un sostenido desinterés en las relaciones con los Gobiernos, contrapuesto con su disposición para vincularse con (algunas) personas.

Para un país que, en política exterior, ha sido constante en anunciar sucesivos regresos al mundo pero que también ha representado continuidades que le han valido un lugar en la arena diplomática, la mimetización plena con los Estados Unidos de Trump indica que la Argentina ha entrado en terreno desconocido.

La más reciente abstención en la Asamblea General de Naciones Unidas ante una resolución sobre el retiro de tropas rusas de Ucrania no solo evidencia ese presente, sino que, además, impacta gravemente en cuestiones de Estado, como el quiebre en la postura sobre el principio de integridad territorial, directamente ligado al reclamo legítimo de soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, así como los espacios marítimos circundantes.

El problema, además del impacto futuro de esta pérdida de un interés nacional fundamental, radica en el Milei de la “batalla cultural”, que acelera disputas ideológicas para mantenerse relevante en una de las tantas agendas públicas globales, colisionando con la interpretación del mundo que el propio Trump propone. 

Una cosa es la globalización, entendida como la interconexión global en términos de mercados, financiamiento, movilidad laboral, etcétera; y otra, el globalismo, que no solo refiere a la pretensión de establecer marcos de regulación y gobernanza supranacional sobre estos procesos, sino también a la reivindicación de actores, identidades y agendas específicas.

Un elemento básico para entender el presente es que la globalización y el globalismo están en entredicho. Esto se debe a que Estados Unidos, quien durante décadas intentó forjar un modelo de globalización como potencia hegemónica emergente tras el fin de la Guerra Fría, está en retirada. Si la globalización y el globalismo iban a potenciar a Estados Unidos, Trump interpreta que no esto no ocurrió.

Trump es antiglobalización y antiglobalismo. Milei, en cambio, es proglobalización y antiglobalismo. Fue precisamente Milei quien presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires “La batalla cultural”, el libro desde el cual Agustín Laje, escritor y asesor del presidente, cuestiona lo que puede resumirse en la Agenda 2030 de Naciones Unidas.

La nueva doctrina nacional que se refleja con más ruido en la intensa e informal agenda de visitas a Estados Unidos; el anuncio, desde Israel, de trasladar la sede diplomática del país a Jerusalén o bien la decisión política de no ingresar a los BRICS, entre otras decisiones, parece pasar por alto un mundo que lidia con una fragmentación geoeconómica y la aceleración proteccionista que Trump propone. 

Esta idea que Milei pregona de que abrir el país a los mercados será garantía de éxito para una Argentina que ha decidido volver a integrarse al mundo no va en línea con un escenario internacional en el que los países buscan fortalecer sus posiciones a través de una pluralidad de alianzas. Así, la Argentina y su política exterior, caracterizada como “rebelde sin causa” desde el PRO y de “aislamiento y marginalidad internacional” desde el peronismo, se cierran al peor de los mundos: dependiente económicamente de China y subordinada políticamente a Estados Unidos.

El mundo ha cambiado, y el interés nacional de un país como la Argentina debiera centrarse en multiplicar vínculos, sin sacrificar, en pos de intereses personales de corto aliento, la relación con sus principales socios comerciales, y mucho menos, a costa de abandonar posiciones históricas en el terreno diplomático.

La nota fue originalmente publicada en Ámbito Financiero

Daniel Maffey 

Analista Internacional (USAL-UTDT)

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