El destino manifiesto de los Estados Unidos ante la reedición del duelo Biden – Trump
La experiencia en Estados Unidos da cuenta de que la política exterior pocas veces cobra mayor gravitancia electoral. Bien, las cosas parecen estar cambiando de cara a lo que será la reedición del duelo entre Joe Biden y Donald Trump por mantenerse o retornar a la Casa Blanca.
Mucho más lejos del tiempo verdaderamente transcurrido figuran aquellos momentos en que los casos y muertos por Covid-19 erosionaban por goteo la administración Trump, eclipsando cualquier récord en materia de creación de empleo que el republicano presentara hasta el paroxismo.
Por aquel entonces, la política exterior se encontraba supeditada a China como tópico casi excluyente, en tanto los grados de dureza discursiva sobre la República Popular era el matiz que dividía formas entre ambos candidatos.
En su primer duelo, Trump y Biden captaron una nueva veta en la interrelación entre política exterior y su impacto doméstico: diagramar un enfoque dirigido a la clase media, que asegure, al menos retóricamente que las reglas de la economía internacional serán justa y por tanto gestora de “ganadores” del orden internacional liberal.
Hacia el segundo y último de sus duelos, Biden y Trump están ahora ante el debate por el destino manifiesto de los Estados Unidos.
Paradójicamente, si bien China moldeó la plataforma discursiva de aquella elección llevando a más de un desprevenido a pensar aumentos arancelarios y cierres retroactivos de consulados como portada de una nueva guerra fría donde la interdependencia no era protagonista, más importante aún, fundó las bases para un enfrentamiento sin retorno posible a demócratas y republicanos sobre el rol de Estados Unidos en el concierto de Naciones.
Mientras la gravitancia electoral de la política exterior resulta aún compleja de mesurar, la reacción social frente a la guerra Israel-Hamas, la valoración sobre el sistema de alianzas multilateral, el eje migratorio como utilización discursiva y la ayuda económica-militar en Ucrania, entre otros, son síntomas de una enfermedad en la que ambos candidatos ven al otro como un riesgo para el futuro de la Nación.
El 24 de noviembre de 2020, en el acto de presentación de su equipo de seguridad nacional, el por entonces presidente electo Biden afirmó que Estados Unidos estaba de regreso para liderar el mundo y no retirarse de él, para, nuevamente, “sentarse en la cabecera de la mesa”.
Cuatro años, el caótico retiro de Kabul y dos súbitas guerras luego, Biden abrió su discurso del Estado de la Unión invocando a Franklin Roosevelt y lo que fue la antesala del ingreso norteamericana a la Segunda Guerra Mundial: “Ahora somos nosotros los que enfrentamos un momento sin precedentes”, marcó Biden, planteando la doble amenaza que supone Trump, tanto para la paz mundial hacia el exterior, como para la democracia norteamericana al interior.
Hace no mucho, el estratega político de Bill Clinton, James Carville, bromeó diciendo que el resultado de aquellas elecciones estaría determinado por “la economía, estúpido”. Sí bien ese frente obviar ese frente sería descuidado, lo que ocurra en noviembre tendrá en la política exterior un activo indispensable.
Cerradas las urnas y dictada la suerte, la realidad continuará siendo la de un orden internacional y su centro de poder transicionando hacia Oriente. La voluntad o capacidad de Estados Unidos de adaptarse a este orden, será el gran interrogante.
Daniel Maffey
Lic. en Relaciones Internacionales
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