¿Globalismo o globalización? La urgente necesidad de diferenciar entre aquello que Trump promueve y Milei emula

Desde el retorno de la democracia en la Argentina, una figura para pensar la política exterior nacional es la del mito de Sísifo. La idea consagrada por Albert Camus en este personaje de la mitología griega describe la condena eterna de llevar una enorme roca hasta la cima de una montaña, solo para que, al alcanzar la meta, la roca ruede hacia el pie de la misma, de donde Sísifo debía acarrearla nuevamente.

Las montañas que, desde el tándem Alfonsín-Caputo hasta la tríada Fernández-Cafiero-Solá, han caracterizado este período democrático encuentran en el modelo de Milei un actor que, en línea con su perfil, da cuenta no solo de un mundo que ha cambiado, sino también de un sostenido desinterés en las relaciones con los Gobiernos, contrapuesto con su disposición para vincularse con (algunas) personas.

Para un país que, en política exterior, ha sido constante en anunciar sucesivos regresos al mundo pero que también ha representado continuidades que le han valido un lugar en la arena diplomática, la mimetización plena con los Estados Unidos de Trump indica que la Argentina ha entrado en terreno desconocido.

La más reciente abstención en la Asamblea General de Naciones Unidas ante una resolución sobre el retiro de tropas rusas de Ucrania no solo evidencia ese presente, sino que, además, impacta gravemente en cuestiones de Estado, como el quiebre en la postura sobre el principio de integridad territorial, directamente ligado al reclamo legítimo de soberanía sobre las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, así como los espacios marítimos circundantes.

El problema, además del impacto futuro de esta pérdida de un interés nacional fundamental, radica en el Milei de la “batalla cultural”, que acelera disputas ideológicas para mantenerse relevante en una de las tantas agendas públicas globales, colisionando con la interpretación del mundo que el propio Trump propone. 

Una cosa es la globalización, entendida como la interconexión global en términos de mercados, financiamiento, movilidad laboral, etcétera; y otra, el globalismo, que no solo refiere a la pretensión de establecer marcos de regulación y gobernanza supranacional sobre estos procesos, sino también a la reivindicación de actores, identidades y agendas específicas.

Un elemento básico para entender el presente es que la globalización y el globalismo están en entredicho. Esto se debe a que Estados Unidos, quien durante décadas intentó forjar un modelo de globalización como potencia hegemónica emergente tras el fin de la Guerra Fría, está en retirada. Si la globalización y el globalismo iban a potenciar a Estados Unidos, Trump interpreta que no esto no ocurrió.

Trump es antiglobalización y antiglobalismo. Milei, en cambio, es proglobalización y antiglobalismo. Fue precisamente Milei quien presentó en la Feria del Libro de Buenos Aires “La batalla cultural”, el libro desde el cual Agustín Laje, escritor y asesor del presidente, cuestiona lo que puede resumirse en la Agenda 2030 de Naciones Unidas.

La nueva doctrina nacional que se refleja con más ruido en la intensa e informal agenda de visitas a Estados Unidos; el anuncio, desde Israel, de trasladar la sede diplomática del país a Jerusalén o bien la decisión política de no ingresar a los BRICS, entre otras decisiones, parece pasar por alto un mundo que lidia con una fragmentación geoeconómica y la aceleración proteccionista que Trump propone. 

Esta idea que Milei pregona de que abrir el país a los mercados será garantía de éxito para una Argentina que ha decidido volver a integrarse al mundo no va en línea con un escenario internacional en el que los países buscan fortalecer sus posiciones a través de una pluralidad de alianzas. Así, la Argentina y su política exterior, caracterizada como “rebelde sin causa” desde el PRO y de “aislamiento y marginalidad internacional” desde el peronismo, se cierran al peor de los mundos: dependiente económicamente de China y subordinada políticamente a Estados Unidos.

El mundo ha cambiado, y el interés nacional de un país como la Argentina debiera centrarse en multiplicar vínculos, sin sacrificar, en pos de intereses personales de corto aliento, la relación con sus principales socios comerciales, y mucho menos, a costa de abandonar posiciones históricas en el terreno diplomático.

La nota fue originalmente publicada en Ámbito Financiero

Daniel Maffey 

Analista Internacional (USAL-UTDT)

Alternativa para Alemania, el caballo de Troya con el que Musk busca devorar la Unión Europea

En el último lustro, la oferta electoral de las potencias centrales parece condensarse en la contraposición de modelos que, aunque muchas veces difusos en lo programático, presentan una constante: la irrupción de una alternativa radical, de ultra o extrema derecha, que busca reconfigurar gran parte de lo hasta ahora conocido. Alemania, primera economía de Europa, no es ajena a estos tiempos.

Si bien estos partidos no son una novedad en la vida política (al menos no en la europea), lo singular del proceso es su evolución de actores marginales a protagonistas del sistema político. Las elecciones federales, que definirán la composición del Bundestag y el próximo Gobierno, tienen en Alternativa para Alemania (AfD) no solo al primer partido de extrema derecha con representación parlamentaria desde la Segunda Guerra Mundial, sino también a una fuerza con la capacidad de moldear el destino del próximo canciller.

Esta coyuntura, en una escala más cercana, suma lo que parece ser otra constante en su configuración: el involucramiento (o injerencia) de Elon Musk. Además de integrar el actual gabinete de Trump, Musk es CEO de Tesla y enfrenta en la principal potencia europea un duro revés como el de haber perdido el liderazgo en un mercado clave como el alemán en lo que al patentamiento de autos eléctricos respecta. 

El apoyo explícito de Musk a AfD sintetiza lo que X, bajo el mando de su dueño, mejor sabe hacer: apelar a una emocionalidad predefinida por algoritmos, presentando al electorado una narrativa de “nosotros” y “ellos” que, en el caso de AfD y esta elección federal, opera en tres sentidos: la inmigración y lo foráneo, la tecnocracia multinacional encarnada en la Unión Europea y los cambios en el modelo de la familia patriarcal.

La coyuntura y la cada vez mayor distancia entre los hechos y su alcance, parecerían jugar a favor de esta narrativa. Si bien el colapso de la coalición tripartita que gobierna Alemania desde 2021 ha dejado una economía contraída durante dos años consecutivos por primera vez en décadas, buena parte de la campaña ha estado marcada por el sentimiento antiinmigración que dejó el atentado ocurrido el pasado diciembre en el mercado de Magdeburgo. Aunque el atacante tenía opiniones críticas del islam y había expresado su simpatía hacia AfD, el incidente cristalizó un sentimiento que el partido y el ecosistema digital de Musk promueven intensamente.

Bajo la idea de que “la nacionalidad alemana no debe regalarse”, el partido propone acciones en línea con otros gestos de la ultraderecha de época: abandonar el Pacto Mundial sobre Migración y Refugiados de la ONU, poner fin a la suspensión de órdenes de deportación y promover la Leitkultur (cultura líder), buscando que los valores y la moral considerados “inherentemente alemanes” sean los que se espera que todos adopten. 

Insistiendo con esta premisa de que el país no solo enfrenta un colapso económico, sino también cultural, Musk afirmó que AfD representa “el último rayo de esperanza para Alemania”, planteando, en lo que parece difícil no sea una referencia velada a la memoria histórica del Holocausto y en clave con el reciente éxito del partido entre los jóvenes, que “los niños no deberían ser culpables de los pecados de sus padres, y mucho menos de sus bisabuelos”. 

En un país donde, a ochenta años del Holocausto, los ataques antisemitas han aumentado un 83%, fue la fábrica de Tesla en Berlín precisamente el escenario de una preocupante proyección: la imagen de Musk y su repudiable “saludo” en el marco de la reciente asunción de Trump, fue proyectado y acompañado por la frase Heil Tesla, en una clara alusión al saludo nazi.

A la oferta electoral y la narrativa del proceso, se suma la expectativa del día después. En este caso, como en otros países, bajo la forma de un “cordón sanitario” que los partidos a nivel nacional pudieran generar para contener el avance de AfD y su eventual participación en la coalición de Gobierno. Esto, incluso antes de la elección, parece haber encontrado ciertas fisuras en tanto Friedrich Merz, candidato por Unión Demócrata Cristiana y favorito a ganar la elección, logró recientemente aprobar una moción en el Bundestag con el apoyo de AfD, sembrando dudas entre lo prometido en campaña y lo factible una vez se abran las urnas. 

El 23 de febrero próximo será crucial, no solo para el futuro político de Alemania, sino también para el del bloque. La AfD, gane o no, ya moldea parte de la realidad alemana y, con Musk y la Unión Europea como nueva zona de interés, pareciera estamos asistiendo a la gestación de un mundo diferente, uno en el que, como planteara Gramsci, lucha por nacer. Ahora, claro está, es el momento de los monstruos.

* La nota fue originalmente publicada en El Cronista Comercial 

Daniel Maffey 

Analista Internacional (USAL – UTDT)

Trump, Musk y la era de la egopolítica: liderazgo y poder en tiempos de espectáculo

El mundo nunca estuvo tan habitado. Nunca. En toda su historia. Si bien la caída en la tasa de natalidad es un fenómeno registrado en todo el planeta, en un mundo con más de 8.000 millones de habitantes, las decisiones sobre su destino parecen concentrarse en unas pocas personas y sus personalidades (egos).

El poder de los mandatarios no parece haberse potenciado desde lo formal, pero sí debido a fenómenos como las organizaciones internacionales vacías de contenido, la emergencia de cuadros políticos que perciben la cooperación internacional como una carga y el peso sostenido de las nuevas formas de comunicación. En este contexto, el Barcelona Centre for International Affairs (CIDOB) anticipa que este será un 2025 marcado por la “egopolitica”.

Las formas de Trump, los tuits de Bukele, las imágenes generadas por IA de Milei. Incluso lo que sea que ocurra en la China de Xi o la Rusia de Putin. Nada pareciera estar atado a un intercambio demasiado profundo entre partes en pos de un futuro de acuerdos y consensos.

Estamos ante un mundo más emocional y menos institucional, donde, a contramano de otros períodos históricos, la desesperanza o el desencanto de los más jóvenes, lejos de movilizar, paraliza. En un 2024 en el que más del 40% del planeta debió concurrir a las urnas, la participación electoral ha disminuido, las elecciones son cada vez más disputadas y la calidad democrática sigue en retroceso.

La irrupción de Elon Musk en la campaña y el nuevo gobierno de Donald Trump personifican las nuevas formas de ejercer el poder. El hombre más rico del mundo, dueño de la plataforma más potente de la sociedad digitalizada, entra en la Casa Blanca como mano derecha del presidente de los Estados Unidos, generando un escenario sin precedentes que desafía las categorías tradicionales de evaluación política.

Musk, quien oscila entre una visión global de cómo deberían ser las cosas en el mundo y cómo deberían ser en relación a él, es un actor internacional que concentra una inmensa cuota de poder, promoviendo una agenda política cargada de intereses privados que muchos gobiernos democráticos aun no saben cómo gestionar.

Esta agenda es parte de un tiempo histórico en el que cada vez más voces desafían el statu quo de democracias en crisis. La antipolítica se consolida frente a partidos tradicionales cada vez más alejados de sus bases. El propio Trump se posiciona como líder de un movimiento que trasciende al Partido Republicano y ha eclipsado la influencia de los referentes históricos del “Gran Viejo Partido”.

Desde hace varios años, somos testigos de un creciente malestar social generado por el debilitamiento del estado de bienestar, las desigualdades económicas y judiciales, mientras organizaciones como Naciones Unidas son incapaces de resolver conflictos relacionados con la paz y la seguridad.

Por otro lado, surgen tensiones propias de una transición en el poder global que pone fin al predominio de Occidente y de Estados Unidos, con Oriente emergiendo como protagonista de un mundo posoccidental. Esta es la primera transición de poder en la historia de la humanidad que ocurre en un escenario con armas nucleares, donde escasean factores moderadores como el multilateralismo, la capacidad de diálogo y la vocación diplomática.

Bajo este panorama, el retroceso de las democracias y la concentración del poder en unas pocas personas parecen ser los rasgos distintivos de los años venideros. El mundo ya ha votado; ahora queda ver qué políticas nos esperan y cómo impactarán las agendas ganadoras, marcadas por las decisiones que unas pocas personas y sus egos consideren.

 

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

“¡Bienvenidos a la fiesta!”: Meta y Silicon Valley allanan la victoria de Trump en su cruzada por la libertad de expresión

Un tipo de propagandista especialmente peligroso es el portavoz organizado de una sociedad que existe principalmente para que él pueda expresar sus opiniones sobre algún tema que le interesa (…) Este hombre podría hablar sin parar en la esquina de la calle y nadie le prestaría la menor atención. Así que organiza una sociedad, se hace elegir presidente, consigue un membrete que lleve todos los nombres impresionantes que pueda conseguir y, ¡voilà! habla con autoridad en nombre de la Sociedad Internacional para la Elevación de una Raza Caída.

El artículo publicado hace exactamente 100 años por Edward McKernon en la revista Harper’s demuestra que la desinformación y los peligros de las noticias falsas para la democracia no son algo nuevo. Un siglo después, el reel de Mark Zuckerberg en su cuenta de Instagram no solo aleja esta problemática de una tratamiento, sino que inaugura un nuevo escenario en la antesala del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.

A través de su CEO, Meta anunció que descontinuará su programa de verificación de datos para los contenidos disponibles en sus plataformas, utilizadas por cerca de 4,000 millones de usuarios en todo el mundo. Lejos de ser sorpresiva, esta decisión, que revierte el programa creado tras la elección de Trump en 2016, representa el corolario de un largo acercamiento hacia las prioridades del expresidente.

El nombramiento de aliados de Trump en el Directorio de Meta y su dirección de asuntos globales, la donación de un millón de dólares para la investidura del republicano el 20 de enero próximo y lo que espera sea un progresivo abandono en los compromisos de diversidad e inclusión, son parte del reacomodamiento estratégico de CEO´s de Silicon Valley que, tal como Zuckerberg, buscan una relación más amistosa con el presidente electo de los Estados Unidos.

“Mark, Meta, ¡bienvenidos a la fiesta!”, exclamó la CEO de X, Linda Yaccarino, celebrando además el desdén con el que Zuck se refirió a los “medios tradicionales”, mascarilla de proa discursiva de su jefe Elon Musk. La fiesta, sin embargo, acoje hospeda lo que Steve Bannon, jefe de estrategia durante el primer mandato de Trump, definió como “inundar el terreno con mierda” en su cruzada contra la verdadera oposición: los medios de comunicación.

De suspender la cuenta de Trump tras el ataque al Capitolio en 2021, calificando los riesgos de permitirle usar la plataforma como “simplemente demasiado grandes”, Zuckerberg y su posicionamiento político reflejan la transición de las big tech de pedir perdón a dejar de hacerlo, incluso cuando parece contraintuitivo. Cuando Trump ganó en 2016, las redes sociales se llenaron de análisis explicativos ante la sorpresa. Esta vez, no. La contundencia en la victoria dejó la tarea explicativa como pendiente solo del Partido Demócrata. 

Donald Trump, que gobernará con el respaldo de un Congreso controlado por el Partido Republicano y un Tribunal Supremo de mayoría conservadora (en el que él nombró a tres de sus miembros), parece tener, en la antesala de su asunción, un éxito político y mediático que eclipsa incluso el hecho de haberse convertido en los últimos días en el primer mandatario en la historia de los Estados Unidos en ser condenado por un delito penal.

La capacidad de sorprender cada día, de ir más allá de la acción o declaración bizarra o abusiva del día anterior con otra, es un poder que poseen todos los autócratas exitosos. Los medios de comunicación y la política occidentales aún son incapaces de lidiar con un recurso que ahora parece encontrará tierra fértil en Meta y sus plataformas para continuar su inundación.

Trump asumirá en un escenario ideal para continuar dominando la batalla por la atención, cumplir su promesa de intensificar los ataques contra el periodismo independiente e instaurar una nueva normalidad. Una normalidad que A.G. Sulzberger, editor en jefe de The New York Times, advirtiera desde las páginas de The Washington Post: “La guerra contra la libertad de expresión también se libra en las democracias”.

* La nota fue originalmente publicada en Ámbito Financiero

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

Elecciones en EE.UU: implicancias para el proyecto Milei y el interés nacional argentino

El martes 5 de noviembre, Estados Unidos decidirá el futuro político del país, tanto a nivel ejecutivo como legislativo. La jornada electoral voluntaria definirá, entre otros cargos, al próximo presidente, la composición total de la Cámara de Representantes, un tercio del Senado y las gobernaciones de varios estados.

La elección, como ocurre desde hace ya algunos años, transita bajo un cierto recelo a la globalización y sus bondades, reflejando así un sistema internacional cada vez más fragmentado y con un fuerte rebrote de los nacionalismos y la xenofobia como síntomas políticos centrales.

Parte de este escenario parece responder a lo que Tokatlian presenta como el cierre de un período en el que, a partir de la preeminencia de sus valores, instituciones, reglas, preferencias e intereses, desde finales del siglo XVIII, primero de manera incipiente y luego de modo más acentuado, predominó Occidente. Desde finales de la década de 1970, es posible advertir una transformación notoria en distintas esferas y dinámicas, con Oriente como emergente de un mundo posoccidental.

Bajo este contexto, la lectura del mundo del presidente Milei ha sido, por lo menos, peculiar, en tanto la anunciada “nueva doctrina de política exterior”, junto a la jefa del Comando Sur de EE. UU., Laura Richardson, resalta en numerosas oportunidades el peso específico de los “valores de Occidente”.

La nueva doctrina, una novedad para la política exterior nacional, se refleja en la intensa e informal agenda de visitas a Estados Unidos; el anuncio, desde Israel, de trasladar la sede diplomática del país a Jerusalén; la decisión política de no ingresar a los BRICS; el notorio desinterés en América Latina, solo interrumpido para propiciar ataques personales hacia líderes de la región, y la adopción de posturas contrarias a la agenda 2030 de Naciones Unidas, entre otras decisiones.

Bajo este escenario, el resultado y la dinámica de la elección que definirá al próximo titular de la Casa Blanca se presentan como un aspecto fundamental para comprender las expectativas de la administración Milei y el interés nacional argentino.

Respecto a Trump, existe una evidente afinidad con el presidente Milei, así como un enfoque inédito en la retórica “anti” (China, Rusia, Venezuela, Irán, entre otros) que el mandatario argentino proclama. No obstante, ante una agenda marcada por tensiones crecientes con China, la guerra en Ucrania sin salida y el inestable escenario en Medio Oriente, la atención o interés de los Estados Unidos hacia la Argentina no parece prioritaria.

Frente al debate que da forma a diferentes frentes de la política argentina desde 2018, el respaldo de Trump o Harris ante el Fondo Monetario Internacional parece poco probable. Varios años después del acuerdo firmado por Mauricio Macri, existe un nivel técnico y político en el FMI que se plantea reticente a tener en la Argentina un riesgo sobre su legitimidad como entidad multilateral. 

En clave regional, Anthony Blinken, actual secretario de Estado y línea de continuidad demócrata, presentó “la estrategia de renovación de Estados Unidos”. Orientado a reconstruir el liderazgo norteamericano en un “mundo nuevo”, llama la atención la nula mención de América Latina, algo que, bajo el frente republicano, promete como corolario del primer mandato de Trump, una dureza extrema en lo que a las políticas migratorias respecta. Nuevamente, ni Argentina ni América Latina se presentan como prioridad, no solo para un partido, sino para el interés nacional de los Estados Unidos.

Cobra sentido para la Argentina y la administración Milei el poder definir un interés nacional que hoy figura difuso. El sacrificio de los intereses permanentes en aras de satisfacer los transitorios de un partido o persona es hoy el denominador común de un gobierno que va a contramano de lo que el país necesita y de lo que el mundo ofrece.

Cuando el canciller Guido Di Tella habló de “relaciones carnales” con los Estados Unidos, el mundo había cambiado significativamente. La caída del Muro de Berlín, el fin de la Guerra Fría y el cierre de un mundo dividido en dos habían dado paso al ascenso de Estados Unidos como potencia hegemónica.

El mundo actual es notablemente distinto, y el interés nacional de un país como la Argentina debiera estar en multiplicar vínculos y no sacrificar la relación con nuestros principales socios comerciales, como lo son Brasil y China, en aras de alinearse con los Estados Unidos, cuando el mundo ofrece mucho más que dos opciones. Además, como señalara el exembajador en Washington, Jorge Argüello, nadie nos exige tanto.

* La nota fue originalmente publicada en Ámbito Financiero

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

Elecciones en Uruguay: La democracia modelo de la región, rumbo a las urnas

El proceso que cada lustro situa a la República Oriental del Uruguay frente a la elección de un nuevo presidente suele estar cargado, para quien desde Argentina mira, por la tentación de ponderar la notable historia política de conciliación y transiciones moderadas del país.  

Uruguay no es un caso de extremos, algo inusual para una región con múltiples crisis políticas y sociales que además, como resalta el último reporte de Latinobarómetro, transita una recesión democrática en la que, claro, la Nación charrúa destaca como excepción a la regla. 

Esta tendencia da cuenta de un ritmo marcado por una sociedad amortiguadora donde las disputas son políticas, implicando el diálogo entre los distintos actores del sistema y la ausencia de exabruptos como pasos obligados, algo que llevó al país a ser considerado en 2021 como el menos polarizado del mundo y la democracia más estable de América Latina y el Caribe para 2023. 

Si bien Uruguay no es una isla y también viene procesando una erosión en el recelo tradicional hacia posturas de ultraderecha como puede ser el caso del partido Cabildo Abierto, integrante de la actual coalición de Gobierno y liderado por el exgeneral Guido Manini Ríos, la política sigue siendo central, despertando renovado interés y constituyendo mecanismos de expresión y representación para un país con grandísima identificación partidaria.

De cara a esta elección, en un sistema donde no se permite la reelección inmediata del presidente y se requiere el 50% más uno de los votos válidos para ganar en primera vuelta, el caso parece estar dirigido hacia el ballotage, salida que desde la reforma electoral de 1996 dirimió cuatro de las cinco elecciones nacionales y que revitaliza la figura de lo que el historiador Gerardo Caetano define como los “no creyentes”, esa porción pequeña pero decisiva del electorado uruguayo al momento de definir el comicio. 

En lo que además será la renovación de ambas cámaras del sistema parlamentario y la presencia de dos plebiscitos orientados a permitir allanamientos nocturnos y realizar varias reformas al sistema de seguridad social, el pasado junio contó con las elecciones internas partidarias, dejando una participación del 36%, la más baja desde el año 1999 y evidenciando los nombres de un Uruguay que si bien cuenta con candidatos, la salida de figuras como Vázquez, Lacalle, Mujica o Astori, ha dejado un escenario sin líderes consolidados.

De los 11 partidos que competirán, la elección parece encaminada a dirimir entre el posible regreso del Frente Amplio, espacio que ha demostrado una resiliencia notable luego de su salida del Gobierno tras quince años, y el Partido Nacional, con el presidente Lacalle Pou encabezando la lista de senadores y la expectativa de una primera vuelta que ratifique su liderazgo al interior de la coalición multicolor.

La fórmula del Frente Amplio estará integrada por Yamandú Orsi y Carolina Cosse, exintendentes de Canelones y Montevideo, respectivamente. Por su parte, el Partido Nacional, como símbolo de continuidad política, presenta a Álvaro Delgado, exsecretario de la Presidencia, y Valeria Ripoll, dirigente sindical y panelista televisiva.

Por fuera de los nombres, poco parece haberse ofrecido a la ciudadanía frente a  dos temas muy sensibles para la definición del electorado: las amenazas de la inseguridad pública, por lejos el principal problema registrado en las mediciones de opinión pública de los uruguayos desde hace más de una década y los crecientes indicadores de estancamiento económico, especialmente en el interior del país y fuera de las grandes áreas urbanas de Montevideo y Canelones.

Aunque las elecciones serán competitivas, el Frente Amplio se mantiene favorito en todas las encuestas. Tras su derrota en 2019, no solo recuperó votos, sino que también enfrentó la salida de sus principales líderes históricos, dando muestra de disciplina partidaria tras la celebración de su congreso programático. 

El Frente Amplio deberá disputar el poder a una coalición que centralmente cuenta con dos espacios como el Partido Nacional y el Partido Colorado, ordenadores históricos de la sociedad uruguaya y que, en tiempo presente, han demostrado ser estructuras con un profundo arraigo en la sociedad, dando cuenta de que no en vano han gobernado el Uruguay durante buena parte de su historia. 

* La nota fue originalmente publicada en Diario Perfil

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

Brasil, Estados Unidos y las dos caras de cómo hacer frente a un problema llamado Elon Musk

La suspensión de X en Brasil, ordenada por Alexandre de Moraes, no solo destaca el enfrentamiento entre Elon Musk, dueño de la plataforma, y el magistrado brasileño, sino también procesos antagónicos sobre cómo la problemática de la desinformación ha sido abordada en Brasil y Estados Unidos.

Esta decisión, que no es la primera de su tipo, pone de relieve una discusión más profunda sobre uno de los riesgos globales más apremiantes y las diversas interpretaciones de lo que la libertad de expresión es, permite y genera en la calidad democrática de las naciones.

Musk está siendo investigado en Brasil por obstrucción a la justicia, participación en una organización criminal e incitación al delito a través de la causa conocida como “Milicias digitales”, relacionada con los eventos ocurridos en Brasilia el 8 de enero de 2022. El caso, si bien comparable con el ataque al Capitolio en Washington a principios de 2021, da cuenta de resultados legales muy diferentes.

El Tribunal Electoral de Brasil impidió que Bolsonaro se presentara a elecciones durante ocho años por negar públicamente la legitimidad del voto, mientras que está siendo investigado por su presunto papel en la conspiración para un golpe de Estado. Por su parte, la Corte Suprema de Estados Unidos revocó la decisión en Colorado que buscó expulsar a Trump de las elecciones primarias republicanas debido a su papel en la insurrección del 6 de enero.

Por experiencia histórica, resultantes constitucionales y la coyuntura de quienes integran los máximos tribunales de Justicia en ambos casos, la suspensión de X y la figura de Musk explicitan tratamientos muy disímiles del rol de las instituciones en un contexto global donde las grandes empresas tecnológicas han tomado el control de aspectos de la sociedad, la economía y la seguridad que durante mucho tiempo fueron monopolio casi exclusivo del Estado.

Bajo ese escenario, la figura del dueño de X y CEO de algunas de las empresas de mayor valoración del mundo es vital para comprender este contexto. Quizás algunas décadas atrás, el peso económico de quien se debate como el hombre más rico del planeta no hubiera bastado para convertir poder económico en influencia geopolítica. Las cosas han cambiado.

En poco menos de cuatro años, Musk ha alternado entre el apoyo a la tecnocracia y la democracia directa. Aunque no se identifica abiertamente con ninguna corriente, ha roto su neutralidad partidaria, acercándose al conservadurismo reaccionario al calor de su campaña contra el wokismo, una ideología que, en su opinión, dificulta el desarrollo de la civilización humana e incluso pone en riesgo su supervivencia.

La compra de Twitter, más allá de que los préstamos utilizados se consideran el peor acuerdo de fusión-financiación para los bancos desde la crisis financiera de 2008-09, ha funcionado como un propulsor, dejando en menos de dos años confirmadas muchas de las preocupaciones que se plantearon en su momento sobre el impacto que esto podría tener en la calidad del debate en la plataforma.

Moldeando la sección “Para ti” a través de recomendaciones que carecen de un origen claro, restringiendo el acceso a los datos de la plataforma y restableciendo la cuenta de Trump, entre otros hitos, Musk busca consagrar su objetivo de encuadrar a los medios de comunicación como enemigos y confiar en los “periodistas ciudadanos del mundo” que, ya sin moderación de contenidos, pueden ejercer su libertad de expresión a través de X.

Como dueño y usuario, Musk ha convertido a la plataforma en una oda a la desinformación. En lo que es la elección más importante de 2024, ha publicado en dosis diarias una inmensidad de posteos que abiertamente desinforman sobre la campaña en Estados Unidos.

Recientemente, consultado sobre si aceptaría una eventual victoria de Harris, afirmó que lo haría, pero solo si no hay dudas sobre la integridad de las elecciones, algo que, al igual que Bolsonaro y Trump, ha puesto en duda, aduciendo sin evidencia alguna que las máquinas que cuentan los votos y el envío de papeletas por correo, dos características centrales de las elecciones norteamericanas, no garantizan transparencia alguna.

La respuesta de quien en el último año ha profetizado en más de ocho oportunidades una futura guerra civil relacionada con la inmigración como inevitable, es testimonio de una realidad fuertemente mediatizada que, al calor de la desinformación, continúa siendo motor de la polarización social, un riesgo que ojalá no se haga realidad en las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos.

* La nota fue originalmente publicada en Diario Perfil

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

“A 90 segundos de una guerra nuclear”: El reloj del Apocalipsis y la amenaza latente

En el complejo y volátil panorama geopolítico actual, no es suficiente ver el mundo a través del prisma de nuestros deseos o expectativas. Como advirtió Vipin Narang, quien ocupó el cargo de subsecretario de Defensa de los Estados Unidos para Política Espacial hasta hace poco, debemos enfrentarnos a la realidad tal como es, no como quisiéramos que fuera. Este consejo es especialmente pertinente al considerar la creciente amenaza de un enfrentamiento nuclear global, un peligro que se ha intensificado a niveles sin precedentes.

Desde la creación del Reloj del Apocalipsis en 1947 por los científicos del Proyecto Manhattan, este se ha convertido en un símbolo universal de la proximidad de la humanidad a la catástrofe global, utilizando la imagen del apocalipsis (medianoche) y el idioma de la explosión nuclear (cuenta regresiva hasta cero) para transmitir las amenazas que este nueva tecnología representaba para la humanidad y al planeta. 

En aquel entonces, las manecillas del reloj se situaron a siete minutos de la medianoche, indicando la preocupación por un potencial conflicto nuclear entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy, ese reloj marca 90 segundos para la medianoche, el punto más cercano a la destrucción global en toda su historia. Este sombrío escenario no es una mera metáfora, sino una advertencia tangible de que no estamos en un mundo inestable sino en un mundo altamente inseguro ¿Las razones? Elegí tu propia aventura.  

La amenaza nuclear se manifiesta en varias dimensiones. La guerra en Ucrania, lejos de resolverse, mantiene viva la posibilidad de que Rusia emplee armas nucleares, especialmente tras la suspensión del tratado New START y el despliegue de armas nucleares tácticas en Bielorrusia. Mientras tanto, las potencias nucleares tradicionales, como Estados Unidos, Rusia y China, están expandiendo sus arsenales, alimentando una carrera armamentista que recuerda los días más oscuros de la Guerra Fría. A esto se suma la proliferación nuclear en regiones como Irán y Corea del Norte, cuyas ambiciones nucleares añaden otra capa de inestabilidad global.

En adición a otras crisis igualmente apremiantes como el cambio climático, agravado por el año más caluroso registrado en 2023, la revolución en las ciencias de la vida y los avances en inteligencia artificial, el diagnóstico nuclear, lejos de ser lejano al presente, tuvo en las últimas horas una preocupante confirmación. 

En un documento clasificado aprobado en marzo, el presidente Biden ordenó a las fuerzas estadounidenses prepararse para posibles enfrentamientos nucleares coordinados con Rusia, China y Corea del Norte. Un duro recordatorio de que quienquiera que preste juramento el próximo 20 de enero en Washington se enfrentará a un panorama nuclear distinto y mucho más volátil que el que existía hace apenas tres años.

Durante la Guerra Fría, el mundo logró evitar un conflicto nuclear a gran escala gracias a esfuerzos sostenidos de no proliferación y control de armamentos. Sin embargo, esa red de seguridad se ha debilitado drásticamente. El tratado New START, el último bastión de la cooperación entre Estados Unidos y Rusia en este ámbito, expirará en 2026, dejando al mundo al borde de un abismo donde no existen límites significativos para los arsenales nucleares estratégicos que ambos países desplieguen. 

La falta de diálogo entre las potencias nucleares y la proliferación de nuevas tecnologías bélicas han creado un entorno en el que el riesgo de un error de cálculo o un acto de arrogancia puede tener consecuencias catastróficas. En efecto, las potencias nucleares son cada vez más numerosas y menos cautelosas. 

Es imperativo que los líderes globales asuman la responsabilidad de revertir esta peligrosa trayectoria y trabajen juntos para restablecer mecanismos de control de armas que puedan proteger a la humanidad de su propia capacidad para autodestruirse.

El Reloj del Apocalipsis no es simplemente un recordatorio del peligro; es una llamada urgente a la acción. Hemos condenado a otra generación a vivir en un planeta que está a un grave acto de arrogancia de ser destruido. Eso debe cambiar.

* La nota fue originalmente publicada en Ámbito Financiero

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

¿Colonizar Marte o invertir en la Argentina? Elon Musk juega su juego ante Javier Milei

Los dos encuentros que en menos de un mes de distancia ocurrieron entre Javier Milei y Elon Musk, permite diagramar una serie de reflexiones, no solo sobre las prioridades del mandatario argentino, quien en cinco meses de gobierno viajó en cuatro oportunidades a los Estados Unidos, todas ellas sin agenda oficial, sino también del mundo en el que estamos insertos y la gravitancia de actores como el CEO de Space X, Tesla y flamante dueño de X. 

Al meteórico ascenso de Milei a la Presidencia de la Argentina, lo envuelve uno de los debates más relevantes que en la actualidad presenta la disciplina de la relaciones internacionales y que en plena pandemia de Covid-19 introdujo Ian Bremmer: el momento tecnopolar.

Para Bremmer, las grandes empresas tecnológicas han tomado el control de aspectos de la sociedad, la economía y la seguridad nacional que durante mucho tiempo fueron monopolio casi exclusivo del Estado. Con orígenes y composiciones disimiles, tanto las big tech norteamericanas como chinas comparten el sentido de competencia con los estados-nación tradicionales, disputando los márgenes de influencia geopolítica que ejercen en la actualidad.

Un ejemplo sobre esta mirada: cuando un grupo de rebeldes asaltó el Capitolio de Estados Unidos el 6 de enero de 2021, algunos de los actores más poderosos de ese país tomaron medidas inmediatas para castigar a los cabecillas de la fallida insurrección. Pero no se trató de quienes uno esperaría. 

Facebook y Twitter suspendieron las cuentas del presidente Trump; Amazon, Apple y Google eliminaron eficazmente Parler, una alternativa a Twitter que los partidarios de Trump habían usado para alentar y coordinar el ataque; Paypal y Stripe, dejaron de procesar pagos a la campaña de quien por entonces aspiraba a la reelección ¿Las instituciones? Un segundo proceso de destitución que en formas y alcance contrastó frente a la rápida y palpable reacción de este grupo de empresas.

Sí bien los alcances de este enfoque lógicamente están en debate, existe un cierto consenso en que las big tech ejercen una forma de soberanía muy potente sobre el espacio digital, aportando recursos con implicancias directas en el escenario geopolítico, afectando el comportamiento en las plataformas digitales y moldeando conductas e interacciones de los ciudadanos-usuarios del mundo. 

Bajo este enfoque, ¿puede la figura de Elon Musk ser considerada como un actor geopolítico? La pregunta, podría, responderse con otra: ¿Quién posibilitó que buena parte de Ucrania tuviera acceso a Internet permitiendo a las fuerzas del país planificar ataques y defenderse durante la invasión rusa? 

Quizás algunos años atrás el peso económico de quien se debate con Bernard Arnault como el hombre más rico del planeta o bien los vaticinios que CEO´s de la talla de Musk o  Gates presentan en conferencias sobre el destino de la humanidad no hubiera bastado para convertir poder económico en influencia geopolítica. Las cosas han cambiado. 

Un mundo en un momento tecnopolar, empresas tecnológicas tomando el control de aspectos sociales, económicos y propios a la seguridad nacional, disputando márgenes de influencia geopolítica frente a los estados y claro, sus CEO´s. En este contexto parece bien importante entender qué piensa la persona que un día dijo querer colonizar Marte y nadie se río. 

El mundo según Musk

“En el pasado voté a los demócratas porque eran (en su mayoría) el partido de la bondad. Pero se han convertido en el partido de la división y el odio, así que ya no puedo apoyarlos y votaré por los republicanos. Ahora, observen cómo se desarrolla su campaña de trucos sucios contra mí”, escribió Musk, en la antesala a las elecciones de medio término de 2022, la compra de Twitter y lo que sería el inicio de un posicionamiento político explícito y profundamente activo. 

Es difícil definir a Musk. Alternó entre el apoyo a la tecnocracia y la democracia directa, con profundas contradicciones, reivindicando posturas anarquistas, socialistas, libertarias y, aunque no se identifique como tal, acercando su mirada al conservadurismo reaccionario.

Su activismo político en estos últimos años presenta como denominador común una campaña contra el wokismo. En su opinión, esta ideología es uno de los obstáculos que, bajo la apariencia de corrección política o aparente racionalidad, dificulta el desarrollo de la civilización humana y podría incluso poner en riesgo su supervivencia.  

Lejos de los USD 44 mil millones, la compra de Twitter responde a la necesidad de contar con una plataforma que, al tiempo que exhibe el desinterés de época de no cuestionar que el dueño de una red social haga propaganda política en dosis diarias, no cuenta con ningún tipo de control de rigurosidad periodística sobre lo que se publica, comparte y premia en nombre del algoritmo. 

Apoyando públicamente al gobernador de Florida, Ron DeSantis, para presidente, restableciendo la cuenta de Donald Trump, suspendida tras el ataque el Capitolio, comparando a Justin Trudeau con Adolf Hitler y, fundamentalmente bajo un nuevo tono que eleva tweets de suscriptores pagos, muchos de ellos influyentes conservadores, Musk está generando un cambio radical: considerar a los medios de comunicacion como enemigos y confiar en los “periodistas ciudadanos” del mundo que, ya sin un jefe de moderación de contenidos, publican directamente en X, en lugar de en las organizaciones de noticias profesionales.

“¿Puedes comprar Twitter y luego borrarlo, por favor?”, le escribió su ex mujer Talulah Riley el 24 de marzo, según los mensajes publicados como parte de una demanda posterior y recogidos por Bloomberg News. La respuesta de Musk: “Quizá comprarla y cambiarla para que apoye adecuadamente la libertad de expresión”. 

El canciller Musk

El respaldo de Musk a muchos jefes de Estado conservadores representa una suerte de validación oficial en este momento tecnopolar. Para un mandatario en funciones o aspirante a serlo, una interacción con el CEO de Space X, Starlink y dueño de X es, en muchos casos, más ponderado que lo propio con algún colega o funcionario de peso. 

El peculiar juego de influencias entre Elon Musk y líderes políticos de derecha tiene en los casos de Narendra Modi en India y Jair Bolsonaro en Brasil una dinámica intrigante que fusiona intereses comerciales y políticos en un tapiz de negociaciones y favores mutuos. Esa la diplomacia que ejecuta el canciller Musk. 

En el caso de India, la relación entre Musk y Modi comenzó en 2015, con la visita del primer ministro a la fábrica de Tesla en California. Buscando soluciones energéticas para regiones rurales, Modi encontró en Musk un aliado potencial. Sin embargo, la entrada de Tesla al mercado indio se vio obstaculizada en un primer momento por los altos aranceles vigentes y las restricciones a vehículos eléctricos extranjeros. 

La adquisición de Twitter por parte de Musk en 2022 proporcionó una nueva palanca de influencia. Musk no solo bloqueó contenido crítico sobre Modi en esta red social, sino que también utilizó su plataforma para pedir por la representación permanente de India en el Consejo de Seguridad de la ONU, algo que parece haber influido en la posterior reducción de aranceles para vehículos eléctricos en India.

En un intento por apoyar la campaña de reelección de Bolsonaro en 2022, Musk anunció la llegada de Starlink al país, ofreciendo conectividad a escuelas rurales y vigilancia ambiental en la Amazonía. A partir de la derrota electoral de Bolsonaro, Musk alimentó la narrativa de fraude electoral en Twitter, lo que culminó en disturbios y violencia en enero de 2023. Además, utilizó su plataforma, para cuestionar los estándares democráticos del país y pedir la destitución del juez del Tribunal Supremo de Brasil, Alexandre de Moraes, quien lo acusara de interferencia electoral. 

En ambos casos, la estrategia del canciller Musk es la misma: despliega su influencia a través de sus empresas y su plataforma digital para respaldar sus intereses comerciales, al tiempo que logra apoyos concretos en la política y las regulaciones de interés de estos países. 

El presidente Milei

“La prosperidad está por llegar a Argentina”, publicó Elon Musk en X, a los pocos minutos de que se confirmara la elección de Javier Milei como presidente de la tercera economía latinoamericana. Desde entonces, el multimillonario ha compartido videos del mandatario celebrando el ataque a la “justicia social” que éste ha iniciado. 

Poco podría disimular Musk su interés en el litio, componente principal en las baterías de autos eléctricos que fabrica Tesla, que tiene a la Argentina con una de las mayores reservas del mundo y que bajo la administración Milei podría dar a esta compañía un flujo más estable y potencialmente más barato de uno de sus recursos más críticos.

La gran batalla que está en disputa en el Congreso y que cuenta con media sanción de la Cámara de Diputados, plantea importantes incentivos para los inversores extranjeros, particularmente en la minería. Las empresas recibirían importantes recortes fiscales, exenciones aduaneras y beneficios cambiarios, así como seguridad fiscal y regulatoria durante los próximos 30 años. Milei mira los líkes, Musk hasta 2054. 

A su vez, este apoyo ya ha visto otros frutos. En uno de sus primeros actos como presidente, Milei aprobó un decreto con 366 disposiciones. Al resumir los aspectos más destacados en cadena nacional, mencionó sólo una marca corporativa por su nombre: Starlink, empresa que desde 2022 buscaba operar en la Argentina y que con la llegada del mandatario argentino logró fugazmente resolver sus trabas burocráticas.

Milei también viajó a Texas para visitar a Musk en la fábrica de Tesla. Acordaron “abrir mercados y defender las ideas de libertad”, según un comunicado de Presidencia que en ningún momento menciona el litio. Sin embargo, horas más tarde, Gerardo Werthein, embajador de la Argentina en Estados Unidos, declaró que, efectivamente, habían hablado de las reservas minerales de Argentina: “Musk tenía una muy buena visión de todo lo que tenemos”, dijo Werthein, “especialmente el litio”.

 

Daniel Maffey

Lic. en Relaciones Internacionales

Modi, camino a conquistar el sur de la India, camino a ser “el maestro del mundo”

Este abril la República de la India dará comienzo a su decimoctava elección general. Desde las montañas del Himalaya hasta las costas del sur, más de 900 millones de votantes estarán habilitados para, en un período electoral de seis semanas, determinar las nuevas autoridades del país 

Ante lo inmenso de los indicadores que la quinta economía del planeta exhibe, no deja de sorprender la centralidad que cobra la figura de Narendra Modi, primer ministro en funciones desde 2014 y quien bajo la promesa de un inexorable liderazgo indio en el orden internacional, se encamina hacia su tercer mandato. 

Cinco años atrás, ante la obtención de una mayoría absoluta en el parlamento, una hazaña poco habitual en la conflictiva política india, Modi pareció haber cosechado la siembra de una narrativa dicotómica entre aquellos que, en desmedro de siete décadas de secularidad y pluralismo, abrazan la idea de una nación definida por su fe mayoritaria hindú, frente a quienes precisamente entienden esa diversidad cultural como fundante del progreso nacional.  

Esta lógica, bandera del oficialista Partido Popular Indio (BJP) y fuertemente instalada en el norte y centro del país, exige nuevas formas sobre el sur, más rico y mejor educado, donde además el Islam se extendió en tiempos y formatos disimiles. Allí, los cinco estados que nutren la región, concentran la mitad de los “unicornios” del país y la mayor parte de las exportaciones de la industria de servicios de TI.

Sin presencia del BJP en ninguno de sus cinco estados, el sur paradójicamente es presentado por Modi como caso de éxito de quien prometió generar una economía fuerte y que, más allá de profundizar las desigualdades a escala nacional, eclipsa cualquier indicador con el simbolismo de haber superado a su antiguo gobernante, el Reino Unido, y convertirse en la quinta economía del planeta. 

Precisamente este simbolismo ha llevado a que los discursos del primer ministro estén cada vez con mayor frecuencia nutridos de afirmaciones de que la India marcha camino a liderar el orden internacional, algo potenciado desde la falta de presión y cuestionamiento externo sobre sus formas.

Sin embargo, el presente se presenta menos auspicioso que la visión prometida por Modi. Su gobierno no ha mitigado, de hecho, ha trabajado activamente para intensificar los conflictos religiosos y regionales, al tiempo que la falta de voluntad para controlar el abuso y la degradación ambiental sitúa al país como el de peor desempeño entre 189 naciones, algo que amenaza gravemente la salud pública y la sostenibilidad económica nacional. 

La fragmentación cultural, de la mano de una Corte Suprema benevolente y el vaciamiento de las instituciones democráticas, empujan a la India a prácticas propias de un modelo autocrático que combate el pluralismo político y cultural al tiempo que exhibe su rédito económico. 

Así las cosas, poco parecen pesar esas profundas fallas subyacentes que, a menos que se reconozcan y aborden, no harán más que ampliarse en los años venideros. Modi y el Partido Popular Indio se encaminan a ganar cómodamente sus terceras elecciones generales consecutivas. Sus seguidores, se jactarán de que la India, marcha inexorablemente hacia el liderazgo global, todo gracias a su Vishwa Guru, el maestro del mundo. 

Daniel Maffey 

Lic. en Relaciones Internacionales