La era del hartazgo: los nuevos líderes ya no saldrán de los partidos tradicionales
Con los ahorros en mano, decidió por fin arreglar la humedad en ese viejo PH. Contrató primero a un pintor con experiencia, luego a uno más joven y dinámico. Ambos criticaron el trabajo realizado por su predecesor, ambos fracasaron. Cansado y enojado, su conclusión fue sencilla: la experiencia no garantiza resultados.
Ese hartazgo ante soluciones que no resuelven define y atraviesa hoy a muchas democracias. Los partidos tradicionales, que durante décadas articularon demandas sociales, ya no logran representar ni persuadir. En su lugar, emergen liderazgos extrapartidarios que conectan con sociedades descreídas, saturadas de discurso y desesperadas por un cambio. Cualquiera sea.
El eje izquierda-derecha, que organizó el debate público durante buena parte del siglo XX, parece ahora insuficiente. Más aún: sus significados se diluyen o se superponen. En su lugar, la contraposición que hoy gana tracción es otra, más visceral en lo discursivo aunque difusa en lo fáctico: pueblo versus élite.
Estados Unidos: laboratorio emocional
El caso de Donald Trump ilustra esta dinámica. Bajo su liderazgo, el Partido Republicano pasó de histórico custodio del orden a pujante fuerza de disrupción. No se trató solo de un giro ideológico, sino también simbólico y narrativo: ante espacios repletos de estrategia y sin contenido, Trump no ofreció complejidad ni programa, sino un relato simple, emocional, capaz de resonar con un electorado hastiado de tecnocracia y moderación.
Si bien la política siempre ha estado atravesada por emociones, lo singular del fenómeno es su sostenida eficacia: Trump, pese al asalto al Capitolio, su confrontación abierta con instituciones democráticas y agendas como la científica o educativa, mantiene un sostenido piso de aprobación que ronda el 40% ¿Cómo se explica ese respaldo? Una hipótesis posible: cuando la ciudadanía se siente excluida de los beneficios del sistema, emerge una pulsión primaria, muchas veces ignorada, que busca no construir, sino destruir aquello que le resulta ajeno.
La paradoja es especialmente visible en Estados Unidos, primera potencia global, pero con acceso limitado a derechos básicos como la salud o la educación. Entonces, la ciencia podrá dar con avances en tratamientos médicos, pero solo para quienes antes pueden costear un seguro. La educación universitaria podría abrir puertas, solo si se acepta endeudarse por cientos de miles de dólares para cubrir el costo de estudiar.
Según datos del U.S. Census Bureau, entre 2019 y 2024, a pesar de un crecimiento sostenido del PBI, ancla discursiva de la administración Biden, los ingresos familiares ajustados a la inflación cayeron y la pobreza aumentó. La macroeconomía y la mejora social ya no están conectados entonces, como advirtiera la congresista Alexandria Ocasio-Cortez: “Si la vida de estas personas no cambia, estamos perdidos. ¿Saben cuántos Trumps nos esperan?”.
El agotamiento como contexto
Pero la transformación no se limita a las instituciones. También afecta al modo en que las personas se relacionan con la información. Un estudio reciente del Instituto Reuters revela que el número de personas que evita activamente las noticias está en máximos históricos. Las causas son diversas: desde la repetición de contenidos hasta la sobrecarga emocional.
Mientras tanto, el consumo se traslada a redes sociales y plataformas digitales, donde los formatos breves, visuales y personalizados tienen mayor llegada que los análisis profundos. En ese escenario, el ocio vence a la información y los primero influencers, luego outsiders, ocupan espacios antes reservados a la clase política tradicional.
Las nuevas generaciones no ignoran la política, pero la abordan desde otros formatos y lenguajes. Así, la identificación se construye sobre agendas globales como el cambio climático, el racismo, los derechos sexuales o incluso el conflicto entre Israel y Palestina. Si bien los outsiders pueden surgir desde distintos puntos del espectro, hoy es la extrema derecha la que ha sabido construir un relato emocionalmente eficaz a partir del malestar social generando la novedad de nuevas generaciones que es sus ideas se presentan más conservadoras que la de sus padres.
¿Y después del hartazgo?
Estos nuevos liderazgos no son la causa del desgaste del sistema representativo, sino su síntoma. Emergen allí donde los partidos tradicionales ya no logran comprender el presente ni proyectar el futuro. Critican al sistema en bloque, a la derecha, a la izquierda, a los medios y, a la vez, son amplificados por ese mismo sistema, que encuentra en ellos una fuente constante de atención, viralidad y conflicto.
La pregunta que verdaderamente urge responder no es si los partidos podrán resistir, sino si están en condiciones de reformularse. Porque si el hartazgo sigue siendo el lenguaje común de nuestras democracias, como el presente parece confirmar, el próximo líderazo no pertenecerá a quien tenga el mejor programa, sino quien logre nombrar ese agotamiento con mayor claridad. Con todos los riesgos que ello implica.
La incógnita, por tanto, no es si surgirán outsiders, sino desde qué sistema, o desde fuera de él, lo harán.
La nota fue originalmente publicada en Diario Perfil
Lic. Daniel Maffey
Analista Internacional (USAL-UTDT)