Brasil, Estados Unidos y las dos caras de cómo hacer frente a un problema llamado Elon Musk

La suspensión de X en Brasil, ordenada por Alexandre de Moraes, no solo destaca el enfrentamiento entre Elon Musk, dueño de la plataforma, y el magistrado brasileño, sino también procesos antagónicos sobre cómo la problemática de la desinformación ha sido abordada en Brasil y Estados Unidos.

Esta decisión, que no es la primera de su tipo, pone de relieve una discusión más profunda sobre uno de los riesgos globales más apremiantes y las diversas interpretaciones de lo que la libertad de expresión es, permite y genera en la calidad democrática de las naciones.

Musk está siendo investigado en Brasil por obstrucción a la justicia, participación en una organización criminal e incitación al delito a través de la causa conocida como “Milicias digitales”, relacionada con los eventos ocurridos en Brasilia el 8 de enero de 2022. El caso, si bien comparable con el ataque al Capitolio en Washington a principios de 2021, da cuenta de resultados legales muy diferentes.

El Tribunal Electoral de Brasil impidió que Bolsonaro se presentara a elecciones durante ocho años por negar públicamente la legitimidad del voto, mientras que está siendo investigado por su presunto papel en la conspiración para un golpe de Estado. Por su parte, la Corte Suprema de Estados Unidos revocó la decisión en Colorado que buscó expulsar a Trump de las elecciones primarias republicanas debido a su papel en la insurrección del 6 de enero.

Por experiencia histórica, resultantes constitucionales y la coyuntura de quienes integran los máximos tribunales de Justicia en ambos casos, la suspensión de X y la figura de Musk explicitan tratamientos muy disímiles del rol de las instituciones en un contexto global donde las grandes empresas tecnológicas han tomado el control de aspectos de la sociedad, la economía y la seguridad que durante mucho tiempo fueron monopolio casi exclusivo del Estado.

Bajo ese escenario, la figura del dueño de X y CEO de algunas de las empresas de mayor valoración del mundo es vital para comprender este contexto. Quizás algunas décadas atrás, el peso económico de quien se debate como el hombre más rico del planeta no hubiera bastado para convertir poder económico en influencia geopolítica. Las cosas han cambiado.

En poco menos de cuatro años, Musk ha alternado entre el apoyo a la tecnocracia y la democracia directa. Aunque no se identifica abiertamente con ninguna corriente, ha roto su neutralidad partidaria, acercándose al conservadurismo reaccionario al calor de su campaña contra el wokismo, una ideología que, en su opinión, dificulta el desarrollo de la civilización humana e incluso pone en riesgo su supervivencia.

La compra de Twitter, más allá de que los préstamos utilizados se consideran el peor acuerdo de fusión-financiación para los bancos desde la crisis financiera de 2008-09, ha funcionado como un propulsor, dejando en menos de dos años confirmadas muchas de las preocupaciones que se plantearon en su momento sobre el impacto que esto podría tener en la calidad del debate en la plataforma.

Moldeando la sección “Para ti” a través de recomendaciones que carecen de un origen claro, restringiendo el acceso a los datos de la plataforma y restableciendo la cuenta de Trump, entre otros hitos, Musk busca consagrar su objetivo de encuadrar a los medios de comunicación como enemigos y confiar en los “periodistas ciudadanos del mundo” que, ya sin moderación de contenidos, pueden ejercer su libertad de expresión a través de X.

Como dueño y usuario, Musk ha convertido a la plataforma en una oda a la desinformación. En lo que es la elección más importante de 2024, ha publicado en dosis diarias una inmensidad de posteos que abiertamente desinforman sobre la campaña en Estados Unidos.

Recientemente, consultado sobre si aceptaría una eventual victoria de Harris, afirmó que lo haría, pero solo si no hay dudas sobre la integridad de las elecciones, algo que, al igual que Bolsonaro y Trump, ha puesto en duda, aduciendo sin evidencia alguna que las máquinas que cuentan los votos y el envío de papeletas por correo, dos características centrales de las elecciones norteamericanas, no garantizan transparencia alguna.

La respuesta de quien en el último año ha profetizado en más de ocho oportunidades una futura guerra civil relacionada con la inmigración como inevitable, es testimonio de una realidad fuertemente mediatizada que, al calor de la desinformación, continúa siendo motor de la polarización social, un riesgo que ojalá no se haga realidad en las próximas elecciones presidenciales de los Estados Unidos.

* La nota fue originalmente publicada en Diario Perfil

Mg. Daniel Maffey

Analista Internacional y docente (USAL – UTDT)

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