NOLSALP – PN°10(E): la libertad de expresión en la Argentina, QEPD
En política, las estadísticas ayudan a capturar momentos, a convertir realidades estructurales en imágenes contundentes. Los presidentes procesados en Perú, los tiroteos masivos en Estados Unidos, los candidatos asesinados en las campañas mexicanas. Una idea, un número, una advertencia.
Sumemos entonces, los periodistas insultados públicamente por el presidente en la Argentina.
Entre la antipolítica y la indiferencia, desde que Javier Milei asumió el poder en diciembre de 2023, su gobierno ha mostrado una deriva autoritaria cada vez más evidente. Así lo registra el Instituto V-Dem, uno de los principales centros de análisis sobre calidad democrática en el mundo, que ha alertado sobre el proceso de “autocratización” que atraviesa el país sudamericano.
Las cifras acompañan esa evaluación. Amnistía Internacional ha documentado que el presidente Milei ha insultado públicamente al menos a 41 periodistas desde que asumió el cargo. El Informe de Libertad de Expresión nacional, evidenció un deterioro sin precedentes en las condiciones para el ejercicio del periodismo: al cumplirse los primeros 100 días de gobierno, el Foro de Periodismo Argentino (FOPEA) advirtió que el 40% de los ataques contra periodistas provenían de Milei y sus funcionarios. Nunca antes en democracia se había registrado semejante hostigamiento desde la jefatura del Estado.
Buena parte de estas embestidas se producen a través de X, donde el mandatario se expresa con virulencia y códigos propios. Allí ha popularizado siglas como NOLSALP (“no odiamos lo suficiente a los periodistas”) o referencias crípticas como “PN°10(E)”, en alusión a la décima plaga de Egipto. No es necesario decodificar del todo estas expresiones para entender su función: construir un relato de enemigo interno y legitimar la agresión.
No se trata de un fenómeno aislado. Esta lógica es compartida por líderes de ultraderecha en distintos países. El propio Elon Musk ha hecho suya la consigna “No odias lo suficiente a los medios tradicionales”, y Donald Trump cimentó buena parte de su identidad política en la deslegitimación constante de la prensa. “Fake news” se convirtió en su estandarte.
Lo que parece una reacción emocional o impulsiva es, en realidad, una estrategia estructurada: una ofensiva deliberada contra la libertad de expresión, incluso dentro de sistemas democráticos. Así lo expone A.G. Sulzberger, director del New York Times, en su ensayo publicado en The Washington Post, donde advierte que la guerra contra la prensa ya no es patrimonio exclusivo de regímenes autoritarios como China o Arabia Saudí, sino una realidad también en países democráticos.
Quienes buscan hacer retroceder el periodismo independiente en democracias, tienen un plan de acción y algunos pasos a seguir:
- Crear un clima favorable que promueva la desconfianza en el periodismo independiente y normalice el acoso a periodistas;
- Aumentar la cantidad de ataques contra periodistas y sus empleadores, alentando a otras partes del sector público y privado a sumarse a esta “batalla”;
- Manipular la autoridad legal de turno para penalizar logística y financieramente a periodistas y organizaciones de noticias independientes;
- Utilizar los recursos del poder no sólo para castigar a periodistas independientes, sino también para compensar a quienes demuestran lealtad.
El caso argentino cumple todos estos requisitos. El más reciente episodio involucra a la periodista Julia Mengolini, blanco de una campaña de acoso digital seguida de una denuncia formal por supuesta difamación, tras analizar públicamente la relación entre el presidente y su secretaria general.
Pensar que se trata de un problema exclusivo del gremio periodístico sería un grave error. Socavar la libertad de prensa afecta a toda la sociedad: invisibiliza la corrupción, oculta riesgos sanitarios, silencia abusos de poder y erosiona los cimientos de la democracia.
La persecución de Javier Milei a periodistas no es solo una muestra de intolerancia, sino también una estrategia comunicacional adaptada a una época donde las emociones pesan más que los argumentos. En este nuevo orden, polarizar es más rentable que convencer. Y, como en toda cruzada autoritaria, la prensa es apenas el primer blanco.
La pregunta no es si los periodistas o medios sobrevivirán. La verdadera cuestión es si la sociedad reaccionará a tiempo, o si cuando lo haga ya habrán sido arrasados muchos otros derechos.
Daniel Maffey
Analista Internacional (USAL-UTDT)
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