¡Hola Putin! la consulta que eternizaría al Presidente en el poder, explicada
Las elecciones en la Federación Rusa son algo que ocurre cada dos, tres o seis años y siempre gana Putin. Si bien en este caso se trató de una consulta a la ciudadanía (se fue enfáticamente prudente en no hablar de referéndum), lo cierto es que el desenlace fue el de siempre.
En el día de ayer Rusia finalizó una votación primero demorada (los efectos de la pandemia postergaron la fecha inicialmente programada) y luego desagregada en varias jornadas, incluso otorgando, además de descuentos en supermercados y sorteos como incentivo cívico, la alternativa de votar por Internet, con un servicio especial para quienes no pudieran salir de su domicilio.
Con Alexéi Navalni, el partido de la Libertad Popular (Yábloko) y el Partido Democrático Ruso (Parnas), entre otros, llamando a no votar, finalmente quedó legitimado (la aprobación ya se había realizado hace algunos meses) el paquete de enmiendas a la Constitución de Rusia.
En concreto, con un 65% de participación, según los datos preliminares de la Comisión Central Electoral, la reforma quedó aprobada, concediendo al mandatario la posibilidad de perpetuarse en el Kremlin por otros dos mandatos (doce años) después de 2024.
De qué se trata la mayor reforma a la ley fundamental desde el derrumbe de la Unión Soviética, el escenario previo a este llamado, la coyuntura política concentrada en la figura de Vladimir Putin y el escenario sanitario en tiempos de coronavirus, en esta nota.
¿Qué se votó?
Cerca de 110 millones de votantes desde Kaliningrado hasta Kamchatka, pasando por el poroso este ucraniano, fueron habilitados para formar parte de un paquete de enmiendas a la Constitución rusa donde la atención se centró en la eliminación (o en verdad cuenta a cero) del principio de consecutividad de dos períodos como limitante para presentarse a elecciones.
Es esto lo que en efecto daría a Putin la posibilidad de continuar en el cargo después de 2024 (cuando finalice su actual mandato). Sin embargo, las reformas, en parte desconocidas por la instalada centralidad política, sí dan cuenta de otros cambios pensados para que la perpetuidad vaya acompañado de fortaleza.
En primer lugar, Putin parece haber atendido a las demandas, en partes propias por su cercanía de la Iglesia ortodoxa, del Patriarca Kirill (Vladímir Mijáilovich Gundiáyev), y la legislación nacional haría mención sobre la figura de Dios.
Vale recordar que si bien una vasta mayoría de la población se identifica (tanto desde lo cultural como religioso) como cristianos ortodoxos, de momento Rusia es un Estado laico, donde la Constitución no hace ninguna mención a Dios ni dicta que ninguna religión puede ser considerada obligatoria u oficial.
Con el eje estructural de lo social y nacional como parte de lo “nuestro”, en la Carta Magna se incorporaron además cuestiones como la actualización de las pensiones y la prohibición de la doble ciudadanía para los cargos públicos.
Los tecnicismos de la perdurabilidad
En esta línea la Duma o Cámara baja del Parlamento, no podrá cesar de sus funciones al Gobierno, quedando a su vez la facultad de aprobar su conformación a simplemente confirmarlo.
De igual manera, se conservará la posibilidad de efectuar una moción de censura al jefe de Gobierno, pero con notas al pie. Si antes, en caso de moción, el Presidente debía “elegir” entre el Gobierno o el Parlamento, ahora podrá continuar conviviendo con ambos espacios, indistintamente de la moción de confianza legislativa.
Si la Duma se ve reducida en su función, algo similar ocurre con el Consejo de la Federación (Cámara alta) donde será la figura del Jefe de Estado la que profundice su presencia en la construcción del Poder Judicial, a partir del Tribunal Constitucional y el Tribunal Supremo, no solo por la ampliación de los cargos que puede nombrar, sino por las nuevas facultades que adquiere para cesarlos.
Además, la representación también verá un traspaso en la influencia del Presidente en funciones, entendiendo que si al momento sus representantes podían llegar a un 10% en términos territoriales (actualmente 170, a razón de dos por cada unidad administrativa del Estado), en el futuro 30 de de ellos podrán ser designados a dedo, en tanto que 7 serían vitalicios.
El jefe del Estado se dota además (sí, sigue) de un instrumento extra para pulverizar los impulsos opositores del Parlamento. En caso de que en una votación se obtengan los dos tercios de ambas cámaras requeridos para aprobar una ley, el mandatario podría dirigirse al Tribunal Constitucional (ese que en buena medida él mismo decidiría su constitución) para dirimir el caso.
De alguna manera estos cambios institucionalizan lo que ocurre en el país desde hace tiempo. En efecto, las reformas de las que hablamos se presentaron por Putin (es una manera delicada de decir que se aprobaron) en el mes de enero.
Fue allí cuando el mandatario marcó que una votación pública daría legitimidad a los cambios, e inicialmente programó la encuesta para el mes de abril, antes de retrasarla debido al brote de coronavirus.
En sintonía con este punto, el 16 de marzo el Tribunal Constitucional de Rusia reafirmó los cambios en la Carta Magna, dictaminando la legalidad de los aspectos señalados.
Rusia, la pandemia y Putin
Como en el plano político, el estado de situación respecto del coronavirus transita con excepcional disimulo para el tercer país con la mayor cantidad de casos confirmados en el mundo (hasta el comienzo de este mes se conoció de 653.479 infectados) contando además con un total de 9.521 fallecidos (un 1,45% de mortalidad).
Esto no impidió que tuviera lugar la consulta en cuestión, así tampoco como el Desfile de la Victoria de la Segunda Guerra Mundial, que si bien diezmado y a pesar de la prohibición de reuniones masivas logró convocar a decenas de miles de soldados que marcharon por las calles de Moscú.
Por su parte, el ex agente de la KGB ha liderado a Rusia durante 20 años (el mandato más largo desde Stalin) tanto como Presidente como Primer Ministro, en tanto que a sus 67 años de edad figura habilitado para permanecer en el Kremlin hasta los 84, superando en ese supuesto a Leonid Brezhnev quien murió en el cargo a los 75 como el mandatario más longevo.
Como apunta Nuland, cuando Putin asumió la presidencia en 2000, se fijó dos metas para justificar sus políticas y consolidar su poder.
Internamente, se comprometió a restaurar el orden, después de años de caos y empobrecimiento durante la década de 1990. Externamente, prometió restaurar la grandeza, luego de la humillante pérdida de territorio, influencia global y dominio militar que había venido con el colapso de la Unión Soviética casi una década antes.
Durante las siguientes dos décadas, los rusos renunciarían cada vez más a sus derechos: libertad de expresión y reunión, pluralismo político, equidad judicial y una economía abierta a cambio de la estabilidad de un Estado fuerte, un retorno al crecimiento impulsado por el petróleo y la perspectiva de la prosperidad de la clase media.
Ante tanta contundencia histórica y presente, lo cierto es que el deterioro, tanto en su figura como en la de su partido (Rusia Unida), responde a las variables de todos.
El estado de la economía, la creciente desigualdad y la caída de los ingresos a partir de la merma en los precios del petróleo y las sanciones han llevado al Ejecutivo a impulsar medidas impopulares como el aumento en la edad jubilatoria.
Es por eso que la Rusia de hoy no parece inmutable. Los precios del petróleo, la pandemia y la creciente sensación de malestar de los rusos traen nuevos, quizás inéditos, costos para el Kremlin del siglo XXI.
La nostalgia está de moda
En efecto, el mandatario parecería estar apostando a que los escenarios de crisis económicos y sanitarios retroalimentan su perspectiva de un liderazgo sólido como elemento inalterable en la siempre buscada prosperidad.
De igual manera, la perspectiva de la comunidad internacional parece ya no importar tanto, al menos en intentar diagramar un proceso democrático pero sí en utilizar las intermitencias de la pandemia para buscar aplanar la curva del brote moral que estas prácticas deberían suponer.
Ilyá Budraitskis habló a su vez de la contradicción discursiva de un régimen que promueve una visión conservadora del Estado, así como de la ciudadanía y de los valores en este sentido, al tiempo que ese pensamiento es, en efecto, marginal. No es tan importante para el Kremlin reproducirlo en un sentido ideológico.
Frente a esto, la Federación no escapa a la lógica inherente a las plataformas discursivas que presentan al pasado como un ideario a conseguir.
Si todo tiempo pasado fue mejor, Putin no sólo se exime de responsabilidad tras sus dos décadas en ese sentido, sino que además, fundante de una práctica de desmantelamiento sobre la URSS, hoy, llama a la nostalgia.
Daniel Maffey
Lic. en Relaciones Internacionales
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