Arce no va, Evo no puede: entre el estallido y su bicentenario, Bolivia elige presidente

Casi como una metáfora inevitable, los presidentes bolivianos gobiernan desde el Palacio Quemado: en 1875, opositores lanzaron antorchas desde la catedral colindante e incendiaron el edificio presidencial. No lograron hacerse con el gobierno, pero dejaron una señal duradera sobre la combustión cíclica de la política boliviana. Desde su independencia en 1825, el país ha tenido más de 85 gobiernos, 38 de ellos de facto y una cantidad indefinida de golpes e intentonas fallidas.

 

Este 17 de agosto, apenas dos semanas después del bicentenario, unos siete millones de ciudadanos acudirán a las urnas en un clima cargado de incertidumbre. El presidente Luis Arce ha decidido no buscar la reelección. Evo Morales, figura dominante en el país durante las últimas dos décadas, tiene prohibido presentarse. Y el Movimiento al Socialismo (MAS), que supo ser fuerza hegemónica, podría incluso desaparecer si su nuevo candidato, el exministro Eduardo del Castillo, no supera el umbral del 3% de los votos. 

 

La disputa interna entre Morales y Arce ha derivado en una implosión del partido, pero el declive del MAS también responde a razones más estructurales: el agotamiento de un modelo económico que durante años fue considerado ejemplar. En su momento de auge, Bolivia logró combinar crecimiento sostenido, estabilidad macroeconómica y reducción de la pobreza. Las llamadas “Evonomics” (luego “Arcenomics”) supieron transformar la renta gasífera en prosperidad. Entre 2000 y 2015, el PBI se multiplicó por cinco, gracias al superciclo de las materias primas y una fuerte intervención estatal.

 

Pero el ciclo se agotó. La producción de gas disminuyó, la inversión extranjera se retrajo y el Estado no logró diversificar su matriz productiva. La pandemia, la guerra en Ucrania y el endurecimiento de la política monetaria en EE.UU. terminaron por cercar al modelo. En 2023, las reservas líquidas del Banco Central cayeron por debajo de los 1.000 millones de dólares. La reacción fue inmediata: los ciudadanos se lanzaron a los bancos para retirar sus ahorros. Los bancos, a su vez, impusieron restricciones que aún persisten. En un solo año, los depósitos en divisa extranjera cayeron un 30%.

 

Hoy, Bolivia atraviesa una crisis de liquidez. El riesgo país impide acceder a financiamiento externo razonable. Los préstamos que ha logrado negociar Arce están trabados en el Parlamento, donde el Ejecutivo carece de mayoría. Y, fiel al ideario del MAS, el Gobierno ha evitado recurrir al Fondo Monetario Internacional. La única fuente de dólares proviene de los exportadores privados, que, temerosos, prefieren conservar sus divisas fuera del país.

 

Ante este escenario, el Gobierno ha optado por un camino alternativo: incentivar la repatriación voluntaria de divisas y, más recientemente, recurrir a la compra directa de oro a productores locales. El Banco Central espera convertir esas reservas en divisas líquidas, con una proyección de ingreso de hasta 500 millones de dólares. Se trata de una operación compleja y sin garantías, pero revela el grado de urgencia con el que se gestiona la coyuntura.

 

El escenario electoral es tan volátil como el propio Palacio Quemado. Andrónico Rodríguez, presidente del Senado y figura cercana a Evo Morales (aunque con vuelo propio) encarna a un progresismo golpeado que aún aspira a llegar a la segunda vuelta. También se perfila Samuel Doria Medina, empresario liberal con décadas en la arena política pero que no logra desprenderse del aura de político del pasado. El resto de la oposición se mueve entre nombres ya conocidos, como el ex presidente Jorge Quiroga o Manfred Reyes Villa: figuras que remiten a una Bolivia anterior al ascenso del indigenismo popular, pero que hoy vuelven a pisar fuerte. De consolidarse, podrían configurar una segunda vuelta prevista para octubre entre sectores que, por primera vez en décadas, excluyen al MAS.

 

Bolivia, con poco más de 11 millones de habitantes, sigue siendo un país con una dotación de recursos naturales difícil de igualar: litio, hierro, energía solar, eólica y biodiversidad. Sin embargo, ese potencial, tantas veces invocado, continúa sin traducirse en desarrollo sostenido. La falta de tecnología, inversión e institucionalidad ha dejado oportunidades sin aprovechar.

 

Lo que Bolivia decidirá este agosto es si encara una nueva refundación o si insiste en reciclar ciclos ya transitados. El bicentenario encuentra al país ante un dilema estructural: redefinir su rumbo económico, estabilizar su sistema político y reconstituir la confianza social o seguir navegando entre fracturas y promesas incumplidas. La historia boliviana está llena de giros inesperados, pero también de regresos. En 2020, se vaticinaba el final del ciclo progresista y Arce terminó ganando con el 55%. Hoy, el futuro vuelve a estar en disputa.

* La nota fue originalmente publicada en El Cronista Comercial 

Daniel Maffey 

Analista Internacional (USAL – UTDT)

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